La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Su propio afán
Me podrían acusar de hablar poco del Papa y sólo cuando tengo algo que aplaudirle. Y sería cierto. Tengo la suerte de que, cuando me acusan de algo, suele ser verdad, lo que simplifica mucho las cosas. Con Francisco, aún me quedo corto, pues todavía no he loado como merece su Carta sobre el papel de la literatura en la formación, en la que instaba, con más razón que un santo, a leer poemas y novelas para madurar humanamente. Pero ahora vengo a animarle en su propósito de abrir la causa de beatificación del rey Balduino I de Bélgica.
La santidad se reconoce en toda una vida de ejercicio heroico de las virtudes cristianas; pero la vida de Balduino tiene algunos momentos estelares que no escapan a ningún observador. Es precioso que se trate de la beatificación de un rey, justo cuando podría cundir el desánimo entre los monárquicos. El Papa reinante manda un guiño a la vieja institución, como quien no quiere la cosa. La corona puede ascender –como debe– a aureola.
Las anécdotas de la vida de un hombre, una vez que sube a los altares, se convierten en iconos. Casado con doña Fabiola de Mora y Aragón, no tuvieron hijos. Los matrimonios que quisieran tenerlos y no pueden lo pasan mal. Fabiola y Balduino supieron volcar su corazón paternal con el pueblo de Bélgica, y entregarse en cuerpo y alma a la concordia de sus gentes y a la unidad de la nación.
Como se sabe, hubo un hecho que marca carácter en este proceso de beatificación. La renuncia de Balduino en 1990 para no tener que firmar la despenalización del aborto que había aprobado el parlamento por mayoría. Permitió que el consejo de ministro lo declarase “incapaz de reinar” el 4 de abril de 1990. Ese día se aprobó la ley en una Bélgica tronovacantista.
Se le acusó de haber hecho una filigrana inútil, porque el aborto se aprobó y él después siguió en su puesto. ¿Pudo haber hecho más? Quizá, pero nadie ha hecho más que él, y su gesto no fue estéril, en absoluto. Para llegar a esa solución, tuvo que plantarse y poner nerviosos a todos y al sistema en tensión. Luego, a toro pasado, parece muy fácil, pero nos dejó un ejemplo de integridad y reavivó el debate de la defensa de la vida. Incluso los que no pensaban como él respetaron más su figura, su fe y su coraje. Vinculó su nombre a la dignidad del no nacido. El Papa hace bien en comenzar a elevarlo como ejemplo y modelo a los altares. Va a tener que rogar mucho por nosotros.
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