Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Un drama
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En estos días el dictum orteguiano ha saltado en las mentes de muchos columnistas y tertulianos, pero ese peligro de reiteración no me impide recordarlo ahora: “¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!”. La sentencia de Ortega, que apuntilló al régimen de la Restauración, me parece mucho menos justificada entonces que su aplicación a la cadena de acontecimientos que se han sucedido en España desde la pandemia y que se han visto coronados por lo sucedido en Valencia en la última semana. El dolor de la nación se ha visto superado por la vergüenza ante el pavoroso espectáculo de imprevisión, ineptitud, irresponsabilidad, manipulación y villanía desplegado al alimón por las autoridades, especialmente por el Gobierno, y por los medios dispuestos a todo para salvarles la cara.
Lo de Valencia, como los azulejos de las riadas sevillanas, que marcaban en las fachadas la altura alcanzada por las aguas, debiera servir de aviso definitivo sobre la catadura de estos gobernantes y el peligro colectivo que encierra su permanencia en el poder. Valencia: hasta aquí llegó la ignominia.
El Estado de las Autonomías ha sido conducido, empujón a empujón desde hace cuarenta años, a una contrafigura de la nación que nadie sospechaba –y que nadie hubiera votado– en 1978. El Estado de las Autonomías, en su realidad actual, no sólo es un arma letal contra la nación española, es un artefacto que pone en peligro a los españoles concretos al hacer imposible una respuesta mínimamente eficaz a no importa qué clase de emergencias o necesidades, desde un temporal a una invasión migratoria, pasando por la desde hace tiempo necesaria reforma constitucional. Visto lo que hemos visto, ¿qué capacidad de reacción podría esperarse en caso de un ataque exterior hacia una parte del territorio?
Los vicios del sistema han hecho posible, además, la degradación de la clase política hasta extremos insoportables. Sánchez es un perfecto resumen de ello. Toda su biografía, desde su falsa tesis doctoral hasta la trama de corrupción que maneja, su complicidad con los peores enemigos de España, su descarada utilización de las instituciones y tantos otros desmanes, le hubiera debido inhabilitar hace tiempo y obligado a hacer frente a sus responsabilidades no solo políticas. El Estado fallido ha encontrado al déspota que lo sume en el caos y culmina así la Transición. La supervivencia de España está en llegar a librarse de uno y de otro.
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