Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
JUSTO hace una semana terminó la feria de San Isidro en Madrid. Un años más el toreo fue capaz de congregar a miles de personas, algunos días incluso agotándose las localidades, en la plaza de Las Ventas de la capital de España. El toreo, le moleste a quien le moleste, sigue siendo, y esperemos que permitan que lo siga siendo, el segundo espectáculo de masas en este país. Es por ello por lo que la tauromaquia genera unos recursos económicos de gran importancia, si los comparamos con los de otras actividades que están, a día de hoy, mejor vistas por algún sector de la sociedad que el llamado arte de Cúchares. Al menos así lo han dicho estudios realizados por economistas que sería complicado reducir aquí.
Atrás quedó Madrid. Una feria larga en la que el toreo ha mostrado su diversidad. Desde el toro bonancible y descastado, hasta el bravo y repetidor, pasando por el manso difícil y primigenio. Todos tienen cabida en el toreo. Una disciplina que puede ser de bella estética, como la faena de Manzanares la tarde de la Beneficencia, o de gallarda épica, como el trasteo del murciano Rafaelillo ante el complicado albaserrada de Adolfo Martín. El toreo es así, variado, diverso, y variable por momentos, cualidades que lo hacen un espectáculo único en el mundo.
A pesar de todo, los toros no están bien vistos a día de hoy. Cierto es que los más feroces detractores, que piden su abolición, desconocen por completo lo que quieren destruir. Posiblemente porque nadie les haya enseñando su grandeza. El toreo, o mejor dicho, aquellos que lo manejan, se muestran cerrados de forma hermética al exterior, no sabiendo mostrar y poner en valor algo único y ligado a nuestra cultura.
El toreo ha fallado de nuevo. Ante los continuos ataques, algunos teñidos de tinte político, y otros subvencionados por oscuros intereses desde fuera de nuestras fronteras, cuando el toreo no debe de tener color político alguno, sus gentes permanecen calladas. A pocos días de unas elecciones generales, que marcaran los destinos del país durante cuatro años, algunas formaciones políticas se han señalado en contra de la fiesta. A día de hoy, nadie de los que integran el mundo del toro se ha reunido con los representantes de los partidos políticos que concurren a las elecciones. Es la hora de sacudirse los complejos, no de mirar para otro lado y de ver pasar el funeral del vecino por tu puerta mientras lo contemplas sentado tranquilamente sin saber que el próximo puede ser el tuyo.
Es ahora, cuando la amenaza se extiende, el momento de decir que el toreo no es cosa ni del pasado, ni de bárbaros, ni tampoco de un espectro político conservador y anclado en el ayer. Es la hora de decir basta y decir que la tauromaquia es única. Los aficionados se mueven a través de asociaciones de defensa de la fiesta, en las redes sociales y con su asistencia a las plazas, soportando en muchas ocasiones la intransigencia, e incluso de forma violenta, amenazante y coaccionadora, de los que quieren borrar de un plumazo la fiesta más culta de todas las fiestas, como afirmara García Lorca.
Las asociaciones profesionales de profesionales del toreo, empresarios, apoderados, matadores, banderilleros, picadores, rejoneadores, mozos de espada, así como las de los ganaderos, deben de unirse y decir a los políticos que motivos tienen para este ataque tan totalitario en contra de la fiesta de toros. Hacer ver que el toreo está unido es la mejor defensa que puede tener en este momento. Es la hora de olvidar posibles rencillas pasadas y unirse en favor de la tauromaquia.
La tauromaquia no debe de tener color político. De hecho no lo tiene. Es ahora cuando los que viven de ella, de la política me refiero, han visto en ella -en sus contrarios precisamente- un enorme granero de votos fáciles. Lo que no han captado, tampoco se ha sabido hacer nada para que lo capten, es que las gentes del toro, desde el primero al último, también, están llamados a las urnas. El toreo y sus gentes también votan.
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