
En tránsito
Eduardo Jordá
Francisco
Debo haber dicho y escrito mil veces, también en estas páginas, que la política es, primariamente, percepción. La percepción tranquila de los acontecimientos de la semana pasada en el Despacho Oval, con Zelenski acorralado por Trump (y muy especialmente por Vance, más trumpista que el jefe, haciendo méritos en público), aunque al tiempo intentando mantener un discurso digno frente al acorralamiento, da para entenderlo, como si fuera una clase de esta nueva diplomacia, carente de cualquier elemento que antes la hacía reconocible como tal.
Lo que se percibe después de la toma de posesión de Trump es, en primer lugar, hiperactividad. La gente de Trump, no sé si Trump mismo, idea centenares de órdenes ejecutivas que tienen una influencia mayor o menor en la realidad práctica estadounidense y mundial pero que generan una imagen de que, sin saber muy bien sobre qué, Trump, al menos, está decidiendo. El ciudadano medio del mundo (si se sale por ahí, a poco que se comente, ésta es la posición común) piensa que Trump exagera, incluso que no está en sus cabales, pero manifiesta que está haciendo cosas, las que cree que benefician a su país sin vergüenza; contrasta con un período de sensación de pachorra con una apariencia de frenética decisión concreta y, si no le gusta, aunque le asuste, lo atiende: le reconoce una posición de absoluto liderazgo.
Lo que se percibe del liderazgo, por más que inquiete, es que se ejerce. Con malas formas, con muy pocos escrúpulos, pero con firmeza. Ejemplos: Gaza no es mi guerra, pero Israel es mi aliado: que termine, que se eche a los gazaties, y monto allí un Las Vegas de Oriente Próximo. Ucrania no es mi guerra, ni siquiera me preocupa que Europa sea mi aliado y Rusia se declare como un socio poco fiable y contrario. El idiota de mi predecesor, dice Trump sin tapujos, puso pasta a raudales en este conflicto y yo me voy a quedar con las tierras raras, preferiblemente solo, pero admito como opción aceptable hacerlo con Rusia. Mi trabajo es resarcirme con la ausencia de guerra, no necesariamente lograr la paz. El show del despacho oval es un modo de ofrecer dos ideas fuerza (tienes malas cartas y si me voy de allí, te hundo) y hacerlo en la tele. Trump no engañó a nadie: vio el momento televisivo y lo explotó. Sin dudar.
Lo que se percibe del resto de actores, especialmente de la Unión Europea, es debilidad y lentitud. Parálisis. Ninguneo asumido. Queja y lamento. Con lo listos que somos, lo demócratas, lo normativamente correctos, cómo es posible que no contemos. Todas nuestras instituciones, con indudable mayor poso que el eslogan MAGA, aportan cero sin percepción.
Desmontar la percepción con otra es un arte y no es fácil. Solo Macron y Starmer dan muestras de haberlo comprendido. Incluso Zelenski. El resto está a por uvas. Actividad, liderazgo y decisión. Lo ideal es tenerlo y mostrarlo, pero, si no se fabrica, estamos fuera.
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