Editorial
Rey, hombre de Estado y sentido común
Los nuevos tiempos
Leí en el diario que una venezolana escribía con harina sobre el suelo la palabra ‘Libertad’ en una calle de Caracas y al poco era rodeada por motociclistas que se la llevaron por semejante delito a alguna de las nuevas cárceles abiertas en Venezuela después de la quiebra del sistema en estas últimas elecciones tan surrealistas como legítimas.
Con medio país en el extranjero y los que se quedaron pasando hambre, sed y miedo; con un sistema putrefacto en el que si en tiempos el negocio fue de unos (el petróleo y su corte clientelar) ahora lo es de los otros (los arribistas del nuevo régimen al estilo de los jueces de la Sala Electoral nombrados sin siquiera ser juristas y sí por ser la voz de su amo); con todo esto se ha tallado una arquitectura política durante veinticinco años con una retórica revolucionaria tan pobre y falsa que la verdad misma sentirá náuseas al escuchar los desvaríos del ‘comandante’ en jefe de semejante pandilla.
Un gran país desmantelado que de la injusticia social pasó a este infierno en la tierra bajo la vara de los más mezquinos que siempre rodean al idealista con la mirada puesta en cómo llenar su propio bolsillo, tipo Diosdado Cabello o el propio Nicolás Maduro, personajes de la talla de aquellos desalmados de tercera o cuarta fila de la Alemania nazi arrimados a la corriente ascendente eliminando estorbos a tiros.
Estos inventos de salvapatrias tienen siempre un corto recorrido porque la verdad al final reluce por sí sola. En esta ocasión se les ha colado dentro y no saben qué hacer con ella. El chavismo ha perdido las elecciones. El imposible sucedió y no hay manual bolivariano que explique qué hacer en estos casos. De ahí esta evidente desorientación del presidente Maduro, aquel mal conductor de metro metido a nefasto estadista sin capacidad alguna.
Este fruto ya está ‘Maduro’ y cayendo por sí solo. Tantas contradicciones no pueden tener futuro. Tampoco causar tanto dolor y desarraigo. Ni echar siempre los balones fuera al bloqueo yanqui, porque algo harán mal ellos también, aunque reconocerlo sea tal vez ese límite que separa la democracia de la dictadura, al enloquecido ciego sanguinario capaz de llevarse a un país por delante con tal de no abandonar la silla de ese otro hombre de bien que, también en política, a veces surge animado tan sólo por la voluntad de hacer algo bueno por el país que le vió nacer un día.
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