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En tránsito
Sólo hay una cosa de la que podemos estar seguros sobre el gran apagón del lunes pasado, y es que nunca sabremos la verdad, si esta verdad puede afectar a la ya muy maltrecha reputación de Pedro Sánchez. Lo que ocurrió el lunes durante más de diez horas fue un ensayo general del apocalipsis tecnológico: sin electricidad, sin móviles, sin internet, nos habíamos convertido en una sociedad que se iluminaba con velas y escuchaba los transistores y salía de noche con linternas para sortear el caos del tráfico. Los apóstoles del decrecimiento económico –algunos de los cuales ocupan altos cargos en este Gobierno– debían de ser felices al contemplar las calles vacías, los semáforos inutilizados y el gran silencio que planeaba sobre todos nosotros igual que en los peores días del confinamiento. Todo el ideal utópico que nos pretenden imponer desde el Foro de Davos –un mundo sin combustibles fósiles ni energía nuclear– se había hecho por fin real: todo estaba en silencio, todo discurría de forma natural, todo era orgánico y limpio y sostenible. Lástima que hubiera millones de personas atrapadas en los trenes, los quirófanos, los aeropuertos y los ascensores. Lástima que hubiera millones de personas que no sabían nada de sus seres queridos: ni dónde estaban, ni qué les había pasado ni cómo podían ponerse en contacto con ellos. Lástima que todo fuera un ensayo general para aprender a vivir tal como se vive en los países del Tercer Mundo. Por ejemplo, en Venezuela, ese país tan admirado por nuestra izquierda cool.
Por supuesto que ahora nos contarán toda clase de trolas para ocultar la verdad. Nadie hablará de incompetencia ni de falta de previsión. Nadie dirá que la presidenta de la Red Eléctrica Española es una registradora de la propiedad con carnet del PSOE (un ejemplo más de la vergonzosa ocupación de las instituciones que practica Sánchez). Nadie hablará de la pasmosa falta de información que vivimos cuando nadie sabía nada. Nadie hablará de la patética ausencia de liderazgo en un país sumido en la incertidumbre y el caos. Y por supuesto, todos los admiradores de nuestro Gran Líder –y son muchísimos– seguirán pensando que él es la única persona que puede salvarnos del fascismo. Aunque tengamos que vivir con velas y escuchando el transistor en busca de las noticias que nunca llegan.
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