La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
Postdata
Existe un fogoso debate entre los especialistas sobre si el mundo actual es más o menos violento que el anterior. Si a la impresión de la calle nos ceñimos, son mayoría las voces que alertan sobre una sociedad progresivamente menos vivible y más brutal. Entiendo que la primera pregunta que debemos hacernos es si somos una especie particularmente violenta. Según concluye la paleoantropóloga María Martinón-Torres, nuestra violencia, que no difiere en nada de la de los primates, es la esperable para el tipo de animal que somos. Si acaso, concede, nuestro raciocinio diversifica los medios de ejercer violencia, pero poco más. Si no somos un grupo naturalmente más violento a lo largo de la historia, ¿por qué nuestra violencia y agresividad, si es que es lo que realmente sucede, aumentan hoy?
Steven Pinker, psicólogo en Harvard, sostiene que la violencia ha disminuido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En los tiempos actuales, señala, la violencia directa está desautorizada y deslegitimada en toda las sociedades democráticas avanzadas. Las múltiples formas de violencia (física, de género, psicológica, bullying, ciberbullying, sexual, infantil, laboral, contra la orientación sexual, mediática, social, religiosa, económica, contra los mayores, política o institucional) han sido detectadas, censuradas y casi siempre castigadas. Un rastro, indica, de la civilidad creciente. Por su parte, y en la orilla contraria, el sociólogo Sinisa Malesevic, refuta la hipótesis de Pinker por el corto espacio de tiempo sobre el que la formula, porque ignora el sufrimiento de las víctimas no mortales y porque contradice el panorama descrito por oenegés como Human Right Watch o Amnistía Internacional. Para él, la violencia se transforma y disfraza en vez de desaparecer. Y confundir ese tapujo con una disminución es un error gravísimo. Factores como la utilización de las redes, el éxito de los populismos o la polarización política alimentan su pesimismo.
No quiero banalizar tanta barbarie. Pero, a mi juicio, no debemos dejarnos vencer por un derrotismo estéril. Sí, hay violencia y mucha. Pero ese número es infinitamente menor que el de las interacciones pacíficas y gestos empáticos. Lo que ocurre es que las acciones bondadosas, al ser normales, no son noticia. Y justamente porque las seguimos juzgando como anormales, las violentas sí lo son. Esta sensibilidad, no menguante, es quizá la que cimenta mi optimismo.
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