Brindis al sol
Alberto González Troyano
Los otros catalanes
¡Oh, Fabio!
Siempre sentí verdadera curiosidad por esos compañeros que tuve antaño aficionados a la NBA. Eran capaces de levantarse a las tres de la mañana para ver un partido de los Indiana Pacers contra los Milwaukee Bucks y su memoria habría asombrado al mismísimo Funes, capaces como eran de almacenar los rebotes de un moreno de tres metros o los puntos de un blanquito habilidoso cuyo nombre de origen polaco era imposible de pronunciar. Con el tiempo, he observado una cierta mutación. De los expertos en los Lakers hemos pasado a los avezados en las elecciones USA. Muchos, si exceptuamos a Paco Reyero –viajero impenitente por yankilandia y experto en la huella española al norte de Río Grande– sin apenas haber pisado el terreno, como debe hacer la buena infantería. Eso sí, hablan con una gran autoridad sobre los caucus de Wyoming, los problemas de las amas de casa de Montana o los intríngulis de la Corte Suprema. Por supuesto, no se perdieron el último debate entre Trump y Kamala Harris, como esos frikis sentimentales que se provocan el insomnio para ver la ceremonia de los Oscar.
A estas alturas ya se habrá enterado –es imposible no hacerlo– de que Kamala derrotó a Trump en el debate. La gran mayoría de los españoles está muy contenta, porque aquí casi todos somos socialdemócratas y católicos, aunque no nos hayamos enterado. De Kamala se destaca con entusiasmo que es mujer y negra, algo que es considerado como muy positivo, pese a que a mí me recuerda a una española atractiva, quizás con un cuarterón exótico, pero sin distinguirse demasiado de cualquier hija del noble pueblo de San Roque, por poner un ejemplo. Quizás porque en España, pese a los estatutos de limpieza de sangre de los siglos áureos, el mestizaje ha sido una realidad histórica desde que el Sapiens encontró al Neandertal. Eso sí, por lo que he visto y leído, nuestra Kamala, apenas dice nada de esas cosas que afectan a los ciudadanos de verdad. La política, en EEUU y en el resto del mundo, cada vez se parece más a un gran auto sacramental, esas obras de teatro religioso en la que los personajes no son de carne y hueso, sino meros símbolos teologales y morales. Algo así como don Carnal contra doña Cuaresma.
¿Y Trump? Quise escribir a su favor –solo por epatar–, pero es demasiado burdo y zafio. Parece un infiltrado del enemigo. A ver si vuelve Reagan.
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