Editorial
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Andalucía tenía tres ministros en el anterior Gobierno de Pedro Sánchez y se ha quedado sólo con dos en el que acaba de tomar posesión. No parece que la pérdida sea para elevar lamentos. Más bien todo lo contrario. Alberto Garzón, diputado por Málaga y coordinador de Izquierda Unida, no pasará a la historia como un ministro de Consumo con actividad y presencia arrolladoras. Excepto por su habilidad, en los primeros tiempos, para meterse en charcos, su gestión es perfectamente olvidable. Y así será. Es el campo socialista donde la presencia andaluza, o la falta de presencia, sí merece una reflexión. Ninguno de los dos ministros que continúan, María Jesús Montero, en Hacienda, y Luis Planas, en Agricultura, pueden ser considerados como referentes del PSOE que dirige Juan Espadas. Planas porque, salvo alguna incursión no muy afortunada para él, nunca ha estado en la vida orgánica y ha hecho una meritoria carrera con perfil técnico y al margen de las siglas. Montero porque desde su marcha a Madrid siempre quiso dejar claro, con las palabras y los hechos, que se iba sin billete de vuelta y que tiene demasiadas ocupaciones en Madrid, ahora reforzadas con la vicepresidencia, como para implicarse en los avatares de su formación en Andalucía. Así sigue siendo a pesar de los periódicos rumores que la colocan en la región. Con este panorama, nunca la principal federación socialista en número de afiliados y, hasta la llegada del sanchismo, la más influyente, había estado tan alejada de los círculos de poder que se controlan desde la Moncloa y desde la calle Ferraz. Esa pérdida de presencia y de influencia es un síntoma más de la decadencia que sufre el socialismo andaluz tras la pérdida de poder en la Junta y como consecuencia de los enfrentamientos internos que todavía no están cicatrizados. El PSOE andaluz, que sigue representando a un elevado número de andaluces, es una voz necesaria en unos tiempos políticamente muy complejos y su fortalecimiento, una asignatura pendiente.
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