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De ser durante las últimas décadas un modelo de eficacia, el tren ha pasado a convertirse de un tiempo a esta parte en una pesadilla. Y esa pesadilla es especialmente negra en Andalucía. Mientras el ministro responsable, Óscar Puente, proclama en lo que parece un alarde de cinismo que el ferrocarril vive en España el mejor momento de su historia, la realidad a la que se tiene que enfrentar el viajero dice justo todo lo contrario. Retrasos que se convierten en norma, cancelaciones de trenes, estaciones saturadas y con información deficiente constituyen el día a día del usuario. En el origen de todos estos problemas está el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif) y el Ministerio del que depende, que si acredita una mala gestión en el conjunto del país, en Andalucía adquiere caracteres de escandalosa. Las deficiencias y los retrasos no están sólo en la conexión por alta velocidad con Madrid y Barcelona. También la red regional presenta un estado muy mejorable. Según un informe que publicaba la semana pasada este periódico, la región perdió en 2015 el enlace Sevilla, Málaga (Bobadilla), Granada y Almería, el Media Distancia entre Sevilla y Málaga está muy lejos de ser competitivo, con una duración del trayecto de tres horas, la línea Sevilla-Huelva tiene frecuencias mínimas y el corredor Cádiz-Sevilla-Córdoba-Jaén, a pesar de ser uno de los que más viajeros ha incrementado, no recibe ningún tipo de inversión. Se podría seguir aportando ejemplos hasta hacer una lista interminable que evidencia que Andalucía está muy lejos de tener la infraestructura ferroviaria que le corresponde por extensión, población e importancia económica. Frente al triunfalismo del ministro está el hartazgo de los ciudadanos que encuentran un servicio tercermundista. Recientemente, Puente anunció un compromiso de inversión de 7.500 millones, pero sin comprometer plazos ni proyectos. Si ese plan se concreta la situación podrá empezar a mejorar. Pero la triste realidad de hoy es que en Andalucía el tren no pita.
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