Editorial
Congreso del PSOE: manual de resistencia
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El Congreso Federal del PSOE, clausurado ayer en Sevilla, transcurrió justo por los cauces que estaban previstos, sin el más mínimo margen para la sorpresa: exaltación hasta el paroxismo del liderazgo de Pedro Sánchez, cierre de filas ante los numerosos frentes judiciales abiertos e interpretación de estos como una ofensiva política, escasa hondura del debate ideológico y puesta de bases para la renovación de las direcciones en las regiones en las que los socialistas presentan perfiles más bajos, entre ellas Andalucía. Que todo se desarrollara según el guion previamente establecido no significa que el Congreso no estuviera marcado, de una u otra forma, por la debilidad que exhibe el Gobierno de coalición –la evanescente resolución sobre financiación aprobada así lo confirma– y, sobre todo, por el desgarro interno que suponen las acusaciones de corrupción que empiezan a cercar a Sánchez a través de colaboradores muy directos e incluso de miembros de su familia. Todo ello hizo que el PSOE convirtiera su Congreso en un ejercicio de autodefensa, consciente de que lo que resta de legislatura va a ser una carrera de obstáculos tanto en el Congreso de los Diputados como en los juzgados. Sánchez sale, ciertamente, reforzado como un líder sin contestación interna, más allá de la simbólica que puede representar Emiliano García-Page, pero con las bases sobre las que ha construido ese liderazgo socavadas y deterioradas. En los congresos regionales que se sucederán a primeros del próximo año se comprobará hasta dónde es capaz de manifestarse el malestar que se percibe en algunos ámbitos de la militancia, que no de la dirigencia. Para la nueva Ejecutiva, que presenta perfiles tan anodinos como la saliente, empieza una etapa que va a estar marcada por el riesgo permanente de pérdida de la iniciativa política. La resistencia, algo en lo que Sánchez ha demostrado ser un consumado especialista, va a tener que ser a partir de ahora uno de los ejes de actuación de los socialistas.
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