Europa: el precio de la soledad

Europa, con Donald Trump en la Casa Blanca, va a estar más sola. Los gobiernos del continente y sus grandes estructuras políticas y defensivas, la UE y la OTAN, contienen la respiración a la espera de las primeras medidas que anuncie el retornado presidente cuando el próximo enero se haga, de nuevo, dueño del Despacho Oval. Pero ninguno alberga duda de que tendrán un marcado tono aislacionista y de que supondrán la puesta en cuestión del sistema que dio cobertura institucional y militar al mundo surgido de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría. Los electores norteamericanos, el trabajador industrial asustado de Detroit o el ranchero enfadado de Montana, han decidido que su país se centre en sus problemas internos, de inflación o de exceso de presión migratoria, a través de políticas populistas y que dé la espalda a un mundo cada vez más complicado y con amenazas crecientes. Ello se va a traducir en que Europa va a quedar inerme ante el expansionismo de la Rusia de Vladimir Putin o que Benjamin Netanyahu se va a sentir con las manos todavía más libres para profundizar en su política de tierra conquistada ante los palestinos. En definitiva, el giro que Trump pueda dar a su política exterior va a redundar en un mundo más inestable y en una Europa empequeñecida y con su capacidad de influencia mermada. Una Europa, y esta es la primera premisa de la nueva situación, que va a tener que caminar hacia la autosuficiencia en materia de defensa. Los países de la UE y la OTAN, entre ellos España, van a tener que incrementar de forma considerable el gasto militar hasta llegar a un objetivo que se puede situar en torno al 3% del PIB. Ese esfuerzo se va a traducir de forma necesaria en la desatención a otras partidas del presupuesto, lo que tendrá inevitables consecuencias sociales. Es el precio de la soledad geoestratégica.