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Aunque, por fortuna, este año se ha hecho esperar más de lo acostumbrado, la primera ola de calor severo, con máximas en el entorno de los 40 grados o más y noches tropicales por encima de los 20, está ya en Andalucía. Sirve para recordar que vivimos en una zona de veranos largos, con temperaturas extremas y muy secos y que ello condiciona nuestra forma de vida. Nada a lo que no estén acostumbrados desde siempre los andaluces y que no debe de encender más alarmas que las estrictamente necesarias. Pero no está de más recordar la evidencia científica de que se está produciendo un calentamiento progresivo del planeta y que estamos condenados a que las temperaturas medias aumenten, a que haya cada vez más episodios de calor extremo y a que la falta de agua se convierta en un problema todavía más acuciante de lo que ya lo es en la actualidad. Este fenómeno, que es global, va a afectar con especial intensidad a zonas como el arco mediterráneo. El clima es un condicionante básico de la calidad de vida y de la actividad económica. Y el agua se puede considerar el elemento clave del progreso. Andalucía debe tener estos principios en cuenta a la hora de diseñar sus políticas para que no supongan pérdida de competitividad. El presidente Juanma Moreno ha afirmado en diversas ocasiones que la sequía es el principal problema de Andalucía y ha pedido a la UE un trato diferenciado para la región por este motivo. Estos principios no deben quedar en declaraciones para la galería que se olvidan en cuanto caen cuatro gotas que palían, de momento, la situación. En verano, en Andalucía hace mucho calor, pero corremos el riesgo de que, si no se adoptan las medidas adecuadas, el clima se convierta en un obstáculo para el desarrollo, en vez de en un activo que explotar para el progreso de la región.
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