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La foto que se tomaron en el patio de los Leones de la Alhambra decenas de jefes de gobierno europeos me resulta inquietante. Cuesta trabajo discernir quién es quién. Tienen poder sin lugar a dudas, pero no logramos ponerles nombre, ya que muy pocos de ellos son populares. Hay uno que lleva, contra toda etiqueta, zapatillas de tenis. Me recuerda cuando en los noventa en Ithaca, Nueva York, los profesores iban de traje y con tennis shoes a las celebraciones. En un tiempo breve hemos pasado de personajes rodeados de aura, a suerte de altos funcionarios, que como a todo mortal les gustan los festejos. Se han organizado algunas buenas, aunque en las discusiones no hayan llegado muy lejos, y Zelenski se haya tenido que salir con el rabo entre las piernas. La pérdida del aura del poder me inquieta.
Como me sobresalta aún más que el “paradigma Alhambra”, que yo lancé en un librito, en el que colaboraba el propio patronato de la Alhambra, en el 2018, pueda quedar reducido a un postureo turístico, es decir de imagen para atraer a masas de turistas asiáticos. Cuando hablé de este paradigma tomé distancias del “paradigma Córdoba”, que ya había sido propuesto por gentes que buscaban el diálogo interreligioso, bajo la advocación de Averroes. La Alhambra, sin embargo, es el triunfo de lo estético, por encima de cualquier connotación religiosa. Una suerte de alquimia constructiva y poética, que tramada en el sufismo –herético para el islam político– permite contemplar las cosas de una manera particular. Esa es la razón por la cual el historiador del arte Oleg Grabar, en los años setenta, intentase desvelar el misterio constructivo de la Alhambra, realizando jugosas comparaciones con otros monumentos islámicos.
La biblioteca del Fine Arts Museum de Harvard, a la que fui un tiempo, conserva buena parte de los fondos que empleó Grabar, y sus paredes están ornadas con fotos de la Alhambra. F. Bargebuhr, otro europeo como Grabar, había exhumado previamente lo de cabalístico que poseía la Alhambra, situando en el centro de su discusión el palacio de Ibn Nagrella, el visir hebreo del siglo XI. Fue tan rechazado como mi amigo J.C. Ruiz Souza, cuando insinuó que el patio de los Leones pudiera haber sido sede de una zagüía sufí. O cuando yo mismo he sugerido que la Alhambra fue un verdadero teatro del poder, vacío, de sombras chinescas, para contener a la ciudad en permanente fronda. En todo caso, llama la atención la ausencia de suficientes fuentes escritas para desvelar su historia íntima.
En fin, entre erudición y política hay una parte de ingeniería cultural que sigue sin funcionar en la Alhambra. Cuando la política se acoge a ella es para haber labores de propaganda sin pudor. En el 2005 fui uno de los pocos privilegiados que pudieron asistir al foro de políticos retirados organizado por Mijáil Gorvachov en la Alhambra. Recuerdo que cuando Michel Rocard, ex primer ministro francés, hablaba, ya no había otro tema de conversación que cuándo verían flamenqueo. El ruido en la sala se hizo insoportable. Poco antes del mediodía abandoné el lugar, devolví la acreditación y me fui a tomarme un vermut, en soledad, a una bodega. La conclusión, para mí, fue catastrófica: los viejos líderes sólo habían venido a hacer turismo.
La ingeniería cultural exige el concurso de los mejores expertos, con capacidad discursiva, para tejer lazos e ideas capaces de hacer girar la vida. La Alhambra de Granada en la etapa del gobierno autonómico de derecha, presumiendo de un discutible acercamiento a la ciudadanía, se ha alejado peligrosamente de esta idea elemental, que, en Francia o EEUU, se enseña en las escuelas de gobernanza. De manera que el paradigmático monumento nazarí ha pasado de estar secuestrado por un excluyente conservacionismo, en los años noventa, a estar regido ahora por criterios de comunicación y turismo de masas. Me temo, incluso, que, tras la posfoto europea, las agencias asiáticas van a hollar masivamente los palacios nazaríes para que sus clientes tomen una instantánea, que los dejen satisfechos de gloria.
Crear “paradigma Alhambra” exige al menos volver a tener presentes a las universidades públicas andaluzas, y en particular a la de Granada, apoyando sus investigaciones –hilo roto en la actualidad–, divulgándolas, y pidiendo su consejo en momento trascedentes como el vivido. Puesto que no he entrado ni siquiera en qué cualidades y cualificación profesional debe tener la dirección del monumento –que sería motivo de otro artículo en sí–, ¿es esto mucho pedir? Por el momento, la fotografía de los mandatarios, cuyo nombre difícilmente me viene al recuerdo, ha salido desenfocada, porque ningún “foco de antigua luz sobre la Alhambra”, expresión afortunada de García Gómez, se proyecta hacia ellos en el claroscuro del patio de los Leones.
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