Francisco J. Ferraro

Del Estado del Bienestar al Estado del Bienvivir

La tribuna

El Estado debe proteger a los que no lo pueden hacer por sí mismos y aumentar la calidad de la formación de los ciudadanos para que se hagan responsable de su futuro

Del Estado del Bienestar al Estado del Bienvivir
Del Estado del Bienestar al Estado del Bienvivir

11 de junio 2023 - 00:00

El Estado del Bienestar, entendido como el conjunto de instituciones sociales que proveen protección y seguridad generalizada a los ciudadanos, y que se desarrolló tras la segunda guerra mundial, ha propiciado una de las transformaciones civilizatorias de mayor impacto en la vida de buena parte del mundo, especialmente de los países europeos.

Pero desde hace años reaparece la preocupación por la “crisis fiscal del Estado” motivada por la insostenibilidad del Estado del Bienestar como se ha ido configurando. Justamente en los pasados meses ha vuelto a adquirir relevancia en el debate público su necesidad de reforma como consecuencia de crisis en la sanidad pública, en el sistema de pensiones y en otras prestaciones en países como el Reino Unido, Francia o España. El aumento de la esperanza de vida y el consiguiente envejecimiento de la población, la reducción de la natalidad, el encarecimiento de los servicios sanitarios y la extensión de la demanda a otras prestaciones y más caras, la ineficiencia relativa de los servicios públicos, la gorronería social por la demanda abusiva, la tentación de los políticos a aumentar la cartera de prestaciones, o los desincentivos personales al esfuerzo en un contexto de elevada protección pública son algunas de las causas y riesgos de esa crisis.

Junto a la creciente demanda de aumentos del gasto público asociados al Estado del Bienestar, otros fenómenos sociales, económicos y políticos de gran importancia coinciden en el tiempo. Por una parte, el aumento de la desigualdad, a pesar del desarrollo del Estado del Bienestar que debería combatirla. Por otra, la emergencia del cambio climático y otros problemas ambientales que van a exigir un aumento notable del gasto público. Y por otra, a que la capacidad competitiva global determinará crecientemente el futuro de los países, lo que obliga a que los Estados no solo sean eficientes, sino que contribuyan a la mejora competitiva de sus empresas y recursos humanos.

Todo nos lleva a la insostenibilidad del Estado del Bienestar como se concibió, o más bien como se ha ido configurando, y la necesidad, por tanto, de reformas en profundidad para satisfacer a la vez a objetivos diferentes: la cobertura de las necesidades sociales fundamentales, su viabilidad presupuestaria, propiciar la inclusividad social y favorecer la capacidad competitiva de los países. Para ello, el factor determinante no puede ser otro que la formación. Una formación de la población juvenil que la capacite para los retos profesionales, la forme como persona y la habilite para su inserción en la sociedad. Una formación de excelencia hasta los 18 años generalizada para toda la población exige una inversión y gasto notables, pero constituye el programa más determinante para el desarrollo de un país a largo plazo y, a su vez, es el programa de igualdad de oportunidades más potente de los imaginables porque, además de proveer de recursos humanos altamente cualificado al sistema productivo, permitiría colocar en pie de igualdad a los jóvenes con independencia de su origen social y sus características personales.

Como consecuencia de tal programa, una juventud bien formada podrá hacerse más responsable de su futuro, por lo que muchas de las prestaciones sociales atendidas tradicionalmente por el Estado del Bienestar podrían satisfacerse privadamente de acuerdo con las preferencias de cada persona, propiciando un ahorro de recursos públicos que pueden destinarse a la formación.

Un proyecto de esta naturaleza es un programa de máximos que requiere muchísimas precisiones, un largo plazo para su implementación y debe complementarse con una red de seguridad para las personas vulnerables. Pero si la idea interesa (con todos los matices que sean necesarios para su implementación), bueno sería que se debatiese y, en su caso, que se fuesen adoptando reformas que la hagan factible para las próximas generaciones.

El futuro no es el Estado del Bienestar construido tras la segunda guerra mundial, ni tampoco la alternativa distópica que sus defensores anuncian de la jungla liberal de la competencia, sino una nueva organización social en la que el Estado proteja a los que no pueden protegerse por sí mismos (los niños, los más jóvenes y la población vulnerable), y le de herramientas al resto de la población para que individualmente o agrupados se doten de su asistencia y seguros de toda índole.

Un mundo en el que la igualdad de oportunidades facilitada por el Estado y elevada a la máxima expresión de lo razonable sea una base firme de la sociedad, y en el que en un marco de libertad se faciliten los incentivos para el progreso personal.

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