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No me reconozco en las vacaciones, no me encuadro en ese “no hacer nada” que tanto se comenta. Sí, soy un poco –la verdad es que mucho– agonía, y no hacer nada me genera ansiedad. Necesito estar haciendo algo, lo que sea. El otro día leí una información sobre un estudio que venía a decir que es bueno aburrirse, porque gracias al aburrimiento somos capaces de encontrar nuevos caminos, nos activamos, buscamos soluciones a ese aburrimiento. Yo no doy tiempo a que llegue. No sé lo que es estar aburrido. Siempre tengo en la cabeza tres o cuatro cosas por hacer, y eso, lejos de agobiarme, me transmite algo parecido a la tranquilidad. Nunca he consultado a qué edad me jubilaría, porque sencillamente no pienso jubilarme. Sé que estaré trabajando hasta que me toque la hora, que espero aún quede mucho, toquemos madera. ¿Me siento orgulloso de esto? La verdad es que no lo sé. A veces puedo llegar a sentir envidia de quien se pasa seis horas sin hacer nada, pero enseguida se me pasa. No me siento cómodo bajo ese paraguas. Creo que no tengo remedio. Después de una temporada abrumadora, de mucho trabajo, muy excitante, creo que me merezco un descanso. Pero tal vez no sepa descansar, tal vez me cueste demasiado perder el tiempo o, sencillamente, no sé cómo se hace. Porque la sensación de perder el tiempo me genera ansiedad, y ya no sé si el descanso o ese perder el tiempo cumple con su cometido. Habrá que hacerle caso al estudio y seguir el zumbido del mosquito o analizar la telaraña de la esquina.
Me relaja sentarme en la orilla y ver como las olas se deshacen en la orilla, sí, es algo que adoro, pero cinco minutos, al sexto estoy pensando en lo siguiente que voy a hacer. Por eso no he intentado el yoga o la meditación. Me hizo gracia lo que comentó no hace mucho Yolanda Díaz sobre planchar. Que le gustaba y relajaba, que le servía para poner en orden las ideas. Me sentí identificado. Adoro planchar, me encanta, mientras escucho música. Lejos de un tostón, me entretiene. Incluso me excita el desafío de eliminar todas las arrugas. Muchas de mis historias han surgido mientras planchaba, por eso siempre lo hago con un cuadernillo al lado, para apuntar lo que se me pueda ocurrir. Últimamente me tiene hipnotizado la costura, sí, también coso, conmigo el Fary (de ese meme tan reenviado) se cebaría. Me encanta el momento en el que coloco la máquina de coser sobre la mesa y empiezo a tomar medidas de bajos y cuellos. De momento, soy un mero aprendiz, porque es muy complicado, apenas hago algunas cosillas, pequeños retoques, pero la sensación de hacer algo con mis propias manos me fascina. Es muy agradable esa sensación. Creo que a eso llaman utilidad. Un amigo mío dice que tengo “aficiones beneficiosas”, aunque yo creo que todas lo son, salvo la de estar jodiéndole la vida a la gente, que, con diferencia, es la peor afición, aunque sea tan practicada.
Cuelgo el cartel de cerrado por vacaciones en esta columna hasta el próximo mes de septiembre. Y septiembre, como suelo repetir, es mucho más que el mes del regreso. Es el origen, donde empieza todo, y este próximo septiembre lo será como nunca. Hasta entonces ya sé que mis vacaciones serán de diversión, pero también de escritura. Tengo una historia metida en la cabeza y cuando eso sucede lo mejor es sacarla de dentro lo antes posible. Para que no siga arañándome las tripas. No creo que me aburra, aunque lo intentaré, como dice ese célebre estudio, que tampoco yo voy a contradecir al rigor científico. Tiempo también para disfrutar de las personas que quieres, con mayor intensidad y dedicación, sin mirar el reloj. Por eso no me llevo ni la plancha ni la máquina de coser, el problema es que no me puedo dejar la cabeza, que es la que nunca para. Y de vez en cuando hay que parar y refrescar, incluso resetear. Nunca es tarde. Que lo disfrute.
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