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Las fechas tienen su peso, lo queramos o no. A pesar de nuestras reticencias, a pesar de nuestras negativas. Y hasta a pesar de nuestras convicciones. Podremos retahilar y maldecir la Navidad, con todo lo que supone, pero en algún momento nos vendrá a la cabeza aquel juguete que nos llegó de niños, o esa anécdota que nunca hemos podido olvidar. Es cierto que, la mercadotecnia y nosotros mismos, estamos ampliando las fechas hasta límites infinitos. El otro día mi hijo me sorprendió con una barra de turrón y tuve que mirar el calendario para cerciorarme de la fecha en la que estábamos.
Si todavía no hemos comido las gachas, pensé yo, en referencia a la celebración de esta semana. Porque las celebraciones, las muy nuestras especialmente, vienen acompañadas de su propio menú. Y tal vez ese sea otro aliciente más. Esta semana volveremos a escuchar a los que abominan de Halloween, que cada vez son menos, por cierto. Esos recelos a las celebraciones foráneas, siempre me recuerdan a cuando esa célebre marca de pizzas a domicilio se instaló en España. Y todos nos pusimos a comer pizza. Un vecino mayor de mi bloque decía que éramos tontos perdidos, que si alguien abriera un teletortilladepatatas en Alemania los alemanes no se pondrían a comer tortilla, pero que nosotros sí. Yo soy de los que piensa que en ese sentido hay que ser amplio y receptivo, que nada más tradicional y español que una buena tortilla francesa o una ensaladilla rusa para confirmar esta regla. Y nadie ha protestado por las denominaciones.
Halloween ya empieza a estar más consolidado, como una de las grandes celebraciones, especialmente entre los más jóvenes. Los niños recorren las plantas de los bloques diciendo lo del truco y trato como si fueran oriundos de Chicago, con la misma naturalidad. Ya no nos extrañamos. Es más, compramos una bolsa de caramelos para repartir en esa noche de miedos controlados y disfraces siniestros.
Halloween ha encontrado acomodo, y eso no lo vimos venir, cuando recordamos a nuestros difuntos, que siempre ha sido una fecha marcada por la tristeza y melancolía que provocan las ausencias. A diferencia de lo que sucede en otros países, Reino Unido es un magnífico ejemplo, que han integrado a los cementerios en su urbanismo, en la rutina de sus calles, siendo en algunos casos espacios agradables por lo que pasear, leer un libro o simplemente charlar, aquí los tenemos concebidos como puntos de dolor. De ausencia. Los marineros no suelen ver con agrado a los curas, ya que los relacionan con compañeros que han perdido en el mar, y que aparecen cuando toca despedirlos. Puede que ese sentimiento de los marineros sea muy parecido al sentimiento que me generan los cementerios. Solo los he frecuentado para despedir a personas cuya falta me han causado, y causan, un gran dolor. Tal vez en esto se encuentre la explicación del auge de la incineración, el no dejarles a los tuyos un lugar concreto en el que llorarles. Aunque puede que no sea necesario que exista ese espacio, ya que los sentimientos y la geografía tienen puertas muy diferentes.
Todo puede resumirse en eso que tanto han repetido, a lo largo de los siglos, desde la antigüedad hasta nuestros días, de que la muerte es el gran asunto, el gran tema de nuestras vidas. Por ahí todos pasaremos, y los miedos que nos provoca nos acompañan desde que tenemos conciencia. Seguramente, le dedicamos a pensar más tiempo del que deberíamos a algo que es sencillamente inevitable (con la excepción de Brad Pitt). Por eso, no veo con malos ojos lo de Halloween, que en realidad no es más que convertir, o interpretar, algo terrible y doloroso en algo que puede llegar a ser divertido. Lo alternaré con las típicas gachas, si es que este año me salen, que el año pasado fracasé en su mayor expresión. Las gachas, ese postre plagado de recuerdos, pero que a su manera eran el toque dulce, más agradable, de una festividad que siempre fue muy triste. Visto en perspectiva, las gachas fueron el caballo de Troya por el que se coló Halloween, porque la verdad es que nadie, o muy pocos, queremos sufrir. Algo dulce (o divertido) para reducir el intenso sabor de lo amargo.
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