La tribuna
Salvador Gutiérrez Solís
Un cuento de Navidad
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El pasado 28 de abril Coalición Canaria pierde la Presidencia del Gobierno regional después de 26 años, en los que la política de pactos había sido sometida a la preeminencia de la Presidencia del Gobierno para Coalición Canaria. La alianza poselectoral entre el Partido Socialista Canario, Nueva Canaria, Podemos y ASG, el insular partido gomero, fruto de la escisión del Partido Socialista de Canarias (PSC), dieron al traste con las expectativas de seguir gobernando el archipiélago por parte de CC.
Se abría en Canarias una nueva etapa política. El parasol que daba cobijo a ATI, AICs versiones todas ellas de la política insularista instalada en "¿y de lo mío qué…?" procedentes de la provincia de Tenerife, lo más significativo de la oligarquía platanera del archipiélago.
No sólo las organizaciones nacionalistas, sino los propios miembros de todas ellas están en situación de precariedad, acosados por los casos de corrupción que se están viendo en los tribunales. Una CC atrincherada por la corrupción, fruto de los 26 años ininterrumpidos de gobierno autonómico, insular y municipal, que ahora se quedan sin los recursos económicos y los mecanismos institucionales que les permitía la red clientelar que amasaba voluntades.
Ana Oramas no responde ante los órganos de CC, sino ante su tribu, aquella que le ha enseñado todo y que la ha criado bajo la sombra del poder en los últimos 35 años. Ese es el escenario de cierta descomposición política de CC, como iniciativa, que nació en 1993 con el objetivo de ampliar su base social y tener una herramienta para gobernar en el archipiélago, en la que hay que entender la votación del pasado martes. La crisis de pérdida de poder pone a las diferentes organizaciones políticas ante el reto de reinventarse o morir; ese es el marco en el que se ha de entender el no de Oramas. Dicha diputada no responde a CC, sino ante su base social, que no es ni más ni menos que lo más viejo de la política de Canarias. Frente a la crisis política, Ana Oramas -que siempre dice que ella es diputada por Tenerife- se emboza la bandera española y la tricolor de Canarias, y con su acento dulzón, que tanto gusta en la Península, lanza su justificación para seguir dejando a Canarias sin presupuestos, asfixiando al actual Gobierno insular, porque Canarias es una sociedad subsidiada que depende enteramente de la metrópolis.
No es Canarias un ente abstracto al cual responde Oramas, sino ante la oligarquía tinerfeña que siempre ha gobernado en el archipiélago, con UCD primero y CC después, la cual estaba dispuesta al pacto con quien gobierne en Madrid para asegurarse sus rentas. Es ágil y capaz la diputada Oramas para componer un discurso emocional que lleve a pensar que ella ostenta la honradez de quien representa mejor que nadie los intereses de un territorio. Ya conocemos los mimbres que encierra un discurso de esas características.
Mientras tanto, el diputado Pedro Quevedon -miembro de Nueva Canaria-, a la sazón uno de los socios de gobierno del presidente de Canarias, el Sr. Torres, apoya la investidura del nuevo Ejecutivo de España, basado en la necesidad de que lleguen las transferencias para Canarias, tan esenciales para la vida en el archipiélago.
Lo que está aconteciendo en Canarias no puede explicarse sólo con códigos canarios: la atomización de los poderes, el refugio en el territorio, la fragilidad de las instituciones o la dificultad de construir mayorías estables que aseguren la gobernabilidad y la política de largo recorrido es algo que forma ya parte de la nueva era, de los nuevos tiempos, que no sé si son nuevos ni si son tiempos. En cualquier caso, lo trascendente es mirar, buscar lo común en lo que parece diverso y no dejarse cegar por las apariencias.
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