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La muerte el pasado 6 de diciembre de Marino Gómez Santos, un joven escritor y periodista de noventa años, ha llegado en plena promoción de su último libro publicado por la editorial Renacimiento. Una obra dedicada a su antiguo amigo y mentor, César González Ruano, modelo de escritor y periodista al que su vida ha perjudicado una obra que debería separarse del personaje. No es este el momento ni la sección para hacer la necrológica de Gómez Santos ni la reseña de su libro, que ha hecho muy bien Manuel Hidalgo. Lo que sí patece oportuno es comentar la prudencia del biógrafo a la hora de esquivar el capítulo más oscuro de una biografía en la que abundan las tinieblas.
Se trata del episodio parisino de César González Ruano durante la Ocupación que acabó con el escritor en la cárcel de Cherche-Midi en 1942 acusado de delitos comunes. Fueron nueve meses de prisión que remataron la dedicación del escritor iniciada en 1940 a todo tipo de tráficos, de brillantes, divisas y obras de arte más o menos autenticas, pasando por los documentos, los deseados pasaportes, naturalmente falsos, que permitían irse a Suiza, a Lisboa o al menos a la llamada zona no-oku, al Cannes que ahora los antisemitas del Nuevo Orden llamaban Kahn. Eran los jours noirs, los días de uniformes feldgrau, gabardinas y traction avant negros, difíciles para casi todos excepto para unos cuantos privilegiados, colaboracionistas y gente del nuevo milieu del mercado negro. Unos días que Ruano, convertido en marqués ful, pasó en alegre francachela dedicado a los placeres inconfesables, a la vida en los cafés -siempre La Rotonde, el Select y el Dôme-, a los restaurantes y los cabarets, a los más chic y los más apaches, a los negocios de trastienda, pero sin olvidar la literatura pues en París escribió cosas tan importantes como Balada de Cherche-Midi. Unos días en los que, haciendo de Maurice Sachs, frecuentaba a diplomáticos y aristócratas, a tipos como Porfirio Rubirosa o Michel Szkolnikov y tratando con los gánsteres collabo de la rue Lauriston, que luego le detendrían, pero en los que también se veía con Óscar Domínguez, con Manuel Viola y el grupo surrealista de La Main à Plume. Todo en una vorágine que le llevaba del One-Two-Two o del Sphinx a ir de salto de mata de uno a otro de sus tres pisos parisinos en Passy y Montparnasse, o a la casita en el Barbizon siniestro que retrata Patrick Modiano en Ronda de noche.
En fin, unas actividades que en su mayoría estaban incluidas en el articulado del código penal dedicado a la estafa a la falsificación o a las costumbres, a pesar de que haya quien se empeñe en buscarles algún contenido político y afirme que Ruano era un agente de los alemanes, lo que es desconocer lo que suponen tanto la golfería como los servicios de información. En realidad, CGR estuvo siempre al servicio de sí mismo, sin atender a otras fidelidades que a la propia, y era un hombre, digamos, abierto, pues le daba igual, siempre que los dólares fueran buenos y el oro de quilates, que el receptor del falso pasaporte o del supuesto Picasso fuera judío o de Cuenca, donde tuvo casa.
El primero que contó todo esto, de manera un tanto reiterada, fue el propio González Ruano en unas líneas que se repiten en varias obras, como Manuel de Montparnasse, La alegría de andar y Mi medio siglo se confiesa a medias. Después, tras años de olvido, esta historia parisina la rescató en 2007 José Carlos Llop, en el magnífico e importante cocktail de novela y quest que es París, suite 1940. Poco después, en 2012, quien firma estas líneas, incluyó a González Ruano entre los personajes que inspiran Noche y niebla en el París ocupado.
Precisamente, a las pocas semanas de publicarse este libro recibí una llamada de Marino Gómez Santos. Se identificó y con una voz rotunda que parecía desmentir la edad diciéndome con amabilidad y firmeza que había leído el libro con mucho interés, añadiendo: "Y ¿sabe usted que le digo? Que todo lo que cuenta usted de César en su libro es verdad. Todo". Después de estas palabras siguió una larga conversación con confidencias y anécdotas, muchas de ellas recogidas en su último libro César González Ruano, en blanco y negro, aunque dejase fuera el capitulo del París ocupado, probablemente tanto por delicadeza como por falta de evidencias. Como tantos otros -estoy pensando en Laurence Iché, la mujer de Manuel Viola, en José Félix de Lequerica, el embajador y amigo que le sacó de la cárcel, en Marañón…-, Marino Gómez Santos, el hombre que como recuerda Abelardo Linares fue al cine con Azorín, se ha llevado a la tumba algún secreto.
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