La Reina

La Reina

En los últimos días, muy a su pesar, la reina Letizia ha contado con un gran protagonismo mediático, a raíz de los comentarios y acusaciones vertidas por una serie de opinadores (me niego a emplear el término periodistas para calificarlos), que han narrado truculentas historias y todo tipo de rumores, buena parte de ellos como sacados de un casposo culebrón de bajísimo presupuesto. Una orquestada maniobra, esa es la sensación que transmite, con la única intención de vulnerar y socavar la imagen y reputación de la mencionada.

En primer lugar me llama la atención el interés o el supuesto objetivo de esta estrategia, que no termino de ver. Hay quien habla de venganza, de ajuste de cuentas, de poner las cosas en su sitio. Esa frase tan española y tan terrible, que esconde lo peor que le puede pasar a una sociedad, a un país: que no cambie nada. No es que sea bueno que las cosas cambien, es que es sano, lógico y, sobre todo, necesario. Se llama evolución, que es lo que nos ha permitido llegar hasta aquí y que ya no seamos aquellos habitantes de las cavernas. Aunque me temo que algunos desearían ese retroceso, que tan bien les representa.

En este acoso y derribo al que se está sometiendo a la figura, y a la persona (a la mujer, no nos olvidemos de eso), de Letizia Ortiz, me llama la atención, muchísimo, que la gran mayoría de sus defensores han comenzado sus argumentaciones con algo parecido a “no soy monárquico, pero…”, cuando no directamente con “soy republicana, pero es inadmisible que…”, mientras los monárquicos de postín, los de “toda la vida” han permanecido callados, calladitos, hasta el punto de que ya nadie espera que se pronuncien, en un sentido u otro. Ha pasado, y sigue pasando.

En los años 80 y 90, especialmente, se acuñó el término juancarlistas, con el que se autoproclamaban republicanos o no monárquicos, pero que consideraban que el Rey realizaba una buena labor y proyectaba una imagen adecuada de España en el exterior. Todo eso cambió, claro, cuando nos enteramos, o nos contaron, tantas y tantas historias, algunas de las cuales ya forman parte con absoluta normalidad de las series de televisión que consumimos, en nuestras casas. Ya no hay apenas juancarlistas, ese batallón ha sufrido muchísimas bajas.

Letizia Ortiz comenzó a contar con un mayor protagonismo cuando más se cuestionaba la institución monárquica, sobre todo por el comportamiento de algunos de sus miembros. No llegó en un tiempo fácil, precisamente. Y a pesar de eso ha sido capaz de impregnar de modernidad, de contemporaneidad, una institución que languidecía, que se había estancado, en una neblina del pasado de la que no podía escapar. He de reconocer que en un principio entendí la llegada de Letizia a la Casa Real como una buena noticia para los republicanos, entre los que me incluyo, siempre predispuestos a encontrar una grieta en la institución que propicie su demolición. Pero la supuesta buena noticia, lo ha acabado siendo para los monárquicos, aunque muchos de ellos no entiendan el papel que está desempeñando la actual Reina, de cara a su evolución y consolidación en el tiempo.

No sé cómo sería el término a emplear en la actualidad. Si letizianos, letizistas o ortizianos (que suena un pelín a extraterrestres), grupo al que me adhiero. Se llame como se llame, si lo que toca es monarquía, que parece que toca, mejor con una mujer como Letizia Ortiz en la sala de mandos. Podemos recapitular y enumerar un sinfín de anécdotas, comentarios o presencias audiovisuales, muy comentada su aparición junto al dúo Gomaespuma, para certificar que nos encontramos ante una persona de su tiempo, con infinidad de registros, culta, interesada por los cambios sociales, con capacidad para la reivindicación sin llegar a la confrontación, de ideas claras, conectada con la sociedad.

Para muchos monárquicos no cumple con los requisitos, por aquello del linaje, la sangre azul y demás accesorios que ya ni aparecen en las películas de Disney, pero para mí el que sea la nieta de un taxista, el que haya sido una destacada profesional de su ámbito o que desprenda naturalidad ya me parecen suficientes avales para ser una buena Reina. Porque lo está siendo, a pesar de los unos y de los otros.

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