José María Agüera Lorente

Se acabaron las vacaciones

La tribuna

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Se acabaron las vacaciones

03 de septiembre 2024 - 03:07

Se terminan las vacaciones veraniegas, el tiempo en que la mayoría de los ciudadanos disfrutan de eso que llamamos ocio. “Ocio” deriva del latín “otium”, que significa reposo. “Negocio” viene del prefijo latino “nec” añadido al anterior lexema, por lo que hay que entender que para los romanos de la antigüedad, esos que se dice contribuyeron a construir los cimientos de nuestra civilización, el ocio es antes que el negocio; o –dicho de otra forma– el segundo es la negación del primero.

Nos volveremos a sumir en la negación de forma fatal, en la renuncia a un tiempo que es nuestro tiempo, entregado resignadamente a la realización de tareas con las que mucha gente no se identifica ni se siente realizada. Es lo que el polémico Marx dio en denominar alienación, que a fin de cuentas es un concepto equivalente a deshumanización.

En los inicios de este verano que nos devolvía transitoriamente el tiempo que es nuestro, el del ocio, el pasado 1 de julio entró en vigor la conocida como Ley Georgiadis, una reforma laboral aprobada en Grecia el pasado mes de septiembre por la mayoría absoluta del partido en el Gobierno, Nueva Democracia. La ley supone en la práctica la imposición de una sexta jornada laboral en la semana, la cual será de obligado cumplimiento por los trabajadores afectados. Desde Syriza, el principal partido de la oposición, declararon que “volver a las condiciones laborales del siglo XIX es una vergüenza”. Es una réplica de aquel terremoto histórico que padeció el país en el año 2015, cuando la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), en los duros años que siguieron a la gran crisis de 2008, doblegó la voluntad de la democracia helena (recuérdese el referéndum de aquel verano con Syriza precisamente en el Gobierno). Por supuesto los que principalmente padecieron sus terribles consecuencias fueron los trabajadores. Esta ley es una prueba más de ello. Su entrada en vigor es un empeoramiento más de las condiciones de vida de la mayoría social griega. Pocos son los convenios colectivos que quedan en Grecia, heridos de muerte tras las medidas impuestas por la Troika durante los años de la crisis financiera, y con los cuales, por cierto, la susodicha ley entra inevitablemente en conflicto.

La noticia llegó a mis oídos al mismo tiempo que los últimos datos de la evolución del empleo en nuestro país. Excelentes. Pero tan buena noticia tiene que tener su coda para darle un punto de dramatismo; y es el incremento del pluriempleo. ¿Será este el precio que tienen que pagar los menos pudientes para poder disfrutar de unas exiguas vacaciones veraniegas?

La jornada de ocho horas, que ahora está en peligro en Grecia, era ya una reivindicación de los obreros de los Estados Unidos en 1886: “Ocho horas de trabajo, ocho para el descanso y ocho para lo que queramos”. Esa reivindicación fue la que motivó el inicio de las movilizaciones del 1 de mayo de aquel año y que culminaron tres días después en Chicago con el incidente de Haymarket, cuando obreros y policía se enfrentaron violentamente en una manifestación. Por aquel entonces –como ahora ocurre aquí también con la reducción de jornada que pretende el Gobierno– la petición de las ocho horas era considerada por las élites como un monumental disparate. Basta hacer una búsqueda en internet sobre la revuelta de Haymarket para encontrar las referencias de la prensa de aquel entonces. Como muestra, un botón extraído del New York Times de aquel año: “Las huelgas para obligar al cumplimiento de las ocho horas pueden hacer mucho para paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente prosperidad de nuestra nación, pero no lograrán su objetivo”.

Aquel movimiento reivindicativo de las ocho horas contaba con su propia canción, cuya letra decía cosas como: “estamos cansados de trabajar por nada, para sobrevivir a duras penas, sin tiempo para pensar”; y continuaba: “queremos que nos dé el sol, queremos oler las flores, sabemos que Dios lo quiere y por eso pretendemos ocho horas trabajar”. Ocho horas para hacer lo que queramos; lo que queramos.

En estos tiempos en los que la libertad ha quedado reducida a un fetiche vacío de significado esa vieja reivindicación proletaria nos recuerda que hubo una época en que la libertad era un valor primordial de los movimientos sociales y políticos de progreso, y no el trampantojo sin alma en que la ha convertido la transmutación ideológica del capitalismo neoliberal.

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