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Se ha animado el presidente Sánchez a recordarnos (medio mal) una frase de Aristóteles, según la cual la realidad es la verdad de las cosas. Visto su historial al respecto, habrá necesitado un desmesurado desparpajo para atreverse a hablar de la verdad. Se trata de un asunto complejo. Para San Agustín, la verdad era una persona, Jesús de Nazaret. De hecho, el aludido había declarado que él era el camino, la verdad y la vida. Para los científicos naturalistas la verdad es la correspondencia entre sus teorías y los hechos. Para los lógicos y los matemáticos la verdad es la coherencia entre las conclusiones y las premisas. ¿Y para Sánchez? Yo me atrevería a recomendarle que abandone a Aristóteles para centrarse en Nietzsche, según el cual “solo mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a creer que posee la verdad”. En efecto, solo mediante el olvido podemos llegar a creer que decimos la verdad al considerar constitucional la misma ley de amnistía que hasta julio de 2023 era inconstitucional. Y solo mediante el olvido podemos llegar a creer que estamos en la verdad cuando afirmamos que esa ley no es palmariamente inconstitucional cuando lo era una similar presentada un par de años antes. Y solo mediante el olvido podemos sentirnos partícipes de la verdad cuando amnistiamos los delitos de terrorismo cuando dos días antes se trataba de una barrera infranqueable.
Reconozco que todo este proceso de la ley de amnistía está quebrantando mi fe en el Derecho. Yo creía que debía existir alguna clase de verdad jurídica e intuía que se daba alguna clase de relación entre las leyes y la realidad. Imaginaba que sería absurdo aprobar una ley de protección integral de los unicornios, por más que durante su elaboración se hubiesen tenido en cuenta los más avanzados conocimientos científicos sobre los ungulados y por más que la hubiese aprobado una sólida mayoría parlamentaria. Y lo creía porque, a pesar de que Linneo los incluyó en sus primeras versiones de su taxonomía, sabemos con certeza que los unicornios solo existen en los relatos de los poetas y en los cuadros de los pintores. Así que, por más que fuese formalmente impecable, por recoger el término favorito del ministro Bolaños, y por más que también fuese procedimentalmente impecable, por haber superado todos los trámites previstos, esa ley sería absurda, o engañosa, por carecer del imprescindible vínculo con la realidad a regular.
Una impresión muy parecida me induce la ley de amnistía. Leo a eminentes juristas afirmar que la exposición de motivos está muy bien trabada. Que ha sido mimada y corregida hasta el punto de blindarla contra cualquier recurso de inconstitucionalidad.
Obviamente, esas doctas opiniones, de cuyo fundamento no dudo, se basan en la premisa de que la constitucionalidad de una ley, o al menos de esta ley, depende de la exposición de motivos. Si es coherente con los ideales recogidos en la Constitución y no viola ninguno de los tratados internacionales pertinentes, no se le podría hacer ningún reproche jurídico. Sin embargo, esas eminencias no se preguntan por la relación entre su excelente exposición de motivos y la realidad. Lo cierto y verdad es que esa ley no ha sido impulsada por ninguno de los motivos expuestos en su preámbulo, sino por la sencilla razón de que Sánchez necesitaba los votos de los amnistiados para que lo invistiesen presidente. Y no lo han ocultado ni unos, ni otros. Ya el presidente socialista asturiano, señor Barbón, señaló que había que hacerse con el gobierno a cualquier precio. Y ese cualquier precio incluía implícitamente la ley de amnistía. Y el propio candidato Sánchez, que antes había proclamado la inconstitucionalidad de ese tipo de leyes, reconoció que tenía que hacer virtud de la necesidad. La necesidad eran los votos de los amnistiados y la virtud cambiar de opinión sobre la procedencia de una amnistía. Y más explícitos todavía han sido los amnistiados, quienes han proclamado reiteradamente que debían aprovechar la ocasión para exprimir al presidente Sánchez porque una distribución de votos como la actual difícilmente se repetiría.
Así que, señores juristas del sector sanchista, ya pueden ustedes explicarme lo bien hecha que está la exposición de motivos de su ley de amnistía y cómo el Congreso es libérrimo para legislar en contra de los preceptivos informes de sus letrados, que no podré evitar pensar que están ustedes haciendo una ley parecida a la de proteger los unicornios. No hay ninguna relación entre su cuidada exposición de motivos y la realidad. Si la hubiese redactado Aristóteles, habría dicho que, necesitando los votos de los amnistiados, venimos en amnistiar... Y si fuese Nietzsche, refugiándonos convenientemente en el olvido, declaramos la amnesia legal para... Esa es la realidad; lo suyo, una interesada y desmoralizadora ficción.
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