La tribuna
Anticipo de luz eterna
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Nos detenemos estos días a contemplar este Niño, que es Dios y que es Hombre, dos naturalezas unidas en la única persona del Verbo. Suscita en nosotros una fascinación irresistible. Se trata de una luz potentísima, que ilumina las tinieblas de la historia humana, de nuestra propia vida, y es un anticipo de la luz eterna que deslumbrará nuestros ojos y nos llenará el corazón de alegría. Este misterio tan hondo se ha realizado y continua realizándose en el silencio de la noche, en la humildad de un establo, en una profunda solidaridad con todos los humanos y con la creación entera. Es un misterio para contemplar largamente. En Navidad, más que ruido necesitamos silencio para entrar a fondo en lo que celebramos y contemplamos.
El centro de la Navidad es Jesucristo. El misterio que celebramos sigue siendo asombroso: Dios Padre envía a su Hijo para compartir nuestra existencia y elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. La Navidad es el acercamiento de Dios en su Hijo para elevarnos a nosotros a la condición de hijos de Dios. Qué admirable intercambio, en el que los humanos salimos ganando por la condescendencia de Dios en la historia de la humanidad. El Niño que nace es Dios, hijo eterno del Padre en la eternidad, que se hace hombre como nosotros en el tiempo, tocando nuestra realidad humana en todos sus aspectos, excepto en el pecado. Y todo lo que el Hijo de Dios ha tocado, lo ha redimido. Misterio que se ha realizado con la colaboración de una mujer: María santísima, la madre de Dios, la virgen por excelencia, la mujer de fe que ha concebido en su mente y en su vientre al Hijo eterno de Dios, dándole cuerpo, dándole nuestra carne.
El misterio de la encarnación, que celebramos en la Navidad, es el misterio del descendimiento de Dios desde el cielo tocando la tierra, tocando nuestra debilidad humana y sanando todo lo humano. No cabe humildad más grande, despojamiento más absoluto, empobrecimiento más chocante. Jesucristo ha imprimido de esta manera un nuevo impulso a la humanidad en el camino de la divinización de todo lo creado, llevándolo por el camino del despojamiento y de la cruz a la gloria de la resurrección. El misterio que celebramos establece una solidaridad humana irrompible. Todos los desheredados de la tierra encuentran en este misterio la recuperación de su propia dignidad perdida, o por culpa propia o por culpa de los demás. Los pecadores encuentran en este misterio el acercamiento de Dios que los llama a la amistad y a la filiación divina. Los que padecen la injusticia de los demás, que han pisoteado su dignidad por caminos.
El nacimiento de Jesucristo hace más de dos mil años ha llenado toda la tierra, ha empapado la cultura y las costumbres del mundo entero, ha llenado de luz nuestras calles y plazas, ha convertido estos días de fiesta en días de encuentro familiar y festivo. Realmente, Navidad suena y resuena en el corazón de todos los habitantes de la tierra como algo festivo y gozoso, como una invitación a la paz en las relaciones humanas. Se trata de un acontecimiento cristiano que influye notablemente en el diario vivir de todos los habitantes del planeta. Mucho más incluso que los días, también santos, de la Semana Santa y de los misterios que entonces celebramos. No es fácil calibrar el nivel de fe con el que cada ciudadano vive estos días. Para los cristianos creyentes y practicantes estos días se convierten en días de avivar nuestra fe en el misterio que celebramos. Para otros no creyentes o con una fe lánguida son días festivos y de encuentro familiar o amistoso. Navidad, sin embargo, son días para contactar más intensamente con el que viene a salvarnos, Jesucristo nuestro salvador. Son días de oración y de encuentro con Él, son días de solidaridad con los hermanos.
En Navidad hemos de abrir de par en par el corazón para que entre Jesucristo, limpie nuestro corazón y nos restaure. Celebramos la Navidad para acercarnos al Niño de Belén y adorarlo con todo nuestro ser. No adoréis a nadie más que a Él.
Hoy es Navidad. Nos acercamos temblorosos y curiosos a ver al Niño que ha nacido. Es la Palabra hecha silencio. Es el eterno que se hace temporal y se ajusta al ritmo de las horas y de los días. Es la Vida que asume la caducidad de la muerte, para llevar a la humanidad a la vida que no acaba. Es Dios que se hace hombre, para que el hombre sea divinizado.
A todos os deseo una santa y feliz Navidad. Si vivimos la Navidad de corazón, de verdad, en nuestra familia, en nuestra parroquia, la Navidad transformará el mundo, transformando nuestros corazones.
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