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Vamos a avanzar con determinación (…) con o sin un concurso de un poder legislativo que necesariamente tiene que ser más constructivo y menos restrictivo”. Estas palabras del presidente del Gobierno nos sitúan sobre los raíles de algo que se asemeja a una cierta autocracia populista, a un camino que se recorre con la cooptación sistemática de las altas instituciones del Estado y la reforma constitucional por la puerta de atrás. Si el sanchismo nos quiere conducir a la confederación podría plantearlo mediante las vías de reforma contempladas en el título X de nuestra Constitución. Pero resultaría molesto. Como el poder judicial o la propia separación de poderes. Un engorro de fachas.
Lo tienen claro. ¿Qué más dará la razón, los argumentos o la supervivencia del Estado? Lo importante es mantener el poder o, al menos, aparentar que se tiene. Y disfrutarlo con familia y amigos, mientras se rinde pleitesía a separatistas y a dictaduras, habituadas a interferir en nuestros asuntos. La trama rusa del golpe separatista, el abandono de los saharauis o los consumados satélites políticos del chavismo no deben preocuparnos, ni mucho menos ocuparnos. Causa tristeza un ministerio de Asuntos Exteriores jibarizado, a la mayor gloria del sanchismo, que se niega a llamar dictador a un sangriento tirano capaz de secuestrar a dos españoles para subir la apuesta ante las instituciones de la UE.
El difunto PSOE ha dado paso a una maquinaria populista dispuesta para la pelea por el relato, que, en realidad, es su única política reconocible. Con este fin, cuentan con un dominio mediático abrumador al que unen un progresivo ataque a medios críticos. Se trata de ver quién grita en más sitios y más alto, de a cuántos tertulianos cabemos por programa o de quién depende la fiscalía. Pues eso. Un ruido constante, donde los gabinetes de comunicación pugnan por imponer el tema diario. Se facturan mensajes ultraprocesados para llenar la barriga de ciudadanos hastiados, mientras se evita cualquier reforma que haga más plural nuestro mercado audiovisual.
La crisis de periodismo se acrecienta. No es extraño que casi el 40% de la población mundial evite la información política y cada vez más gente acceda a noticias mediante sus redes sociales. El futuro del periodismo se encuentra comprometido y, por tanto, de la propia democracia. Propaganda y autocracia populista emergen como complemento perfecto de una sociedad atomizada por décadas de un individualismo ultracapitalista, tan radical como dogmático.
Algunas concreciones de esta deriva son las comparecencias sin preguntas, así como las prolongadas ausencias ante el parlamento. Los periodistas preguntan y simplemente no se les contesta, cuando tienen la oportunidad de hacerlo en ruedas de prensa selectivas. ¿Somos acaso dignos de que el sanchismo nos ofrezca explicaciones? ¿Lo son jueces y periodistas de que no se les injurie? Hace unos días, se insultaba al juez Llarena en el Senado, solo por hacer su trabajo. Como decía Bertolt Brecht, “pobre del país que necesita héroes”.
Las consecuencias de decisiones muy cuestionables no se percibirán a corto, sino a medio y largo plazo. Te da cierta ventaja que el destrozo institucional, la ruina económica o los privilegios de pocos y la discriminación de muchos se los coma el que venga después. No obstante, el Estado del bienestar se resiente gravemente después de años de deterioro e infrafinanciación. Nunca debieron ser transferidos a las comunidades autónomas servicios como la sanidad o educación. Cuando llegue ese momento, ni decenas de vídeos de gatitos en nuestro Facebook conseguirán animarnos. Caminamos hacia una confederación de miniestaditos, donde la columna vertebral del Estado del bienestar se terminará por privatizar íntegramente. Cuando se pierde la idea de bien común, de España como proyecto de ciudadanos libres e iguales, donde las necesidades y la planificación a largo plazo de objetivos que nos ayuden a mejorar son sustituidas por un conjunto de taifas mal avenidas y egoístas, ungidas por la tan delirante como agria droga del nacionalismo, el desastre es solo cuestión de tiempo.
En la magnífica novela de Ismaíl Kadaré El palacio de los sueños, se describe una sociedad en la que los sueños de sus ciudadanos son examinados para prevenir cualquier problema ligado a la seguridad del imperio. En unos de sus pasajes, se menciona a personas que deciden pedir al Estado que les arranquen los ojos para evitar que una mirada maléfica, de la que ni tan siquiera son conscientes, pudiera calificarse como un peligro. A cambio, además de cobrar una pensión, podrán sentirse como verdaderos héroes. Si no lo remediamos, transitamos hacia una sociedad de siervos que se extirpan los ojos, como ya sucede entre la militancia de ciertos partidos para no desentonar con los dictados del amado líder. Una sociedad donde el triángulo constituido por alienación, miedo y represión conformarán nuestra escala de valores.
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