La tribuna
Una promesa rota
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Incluso los menos viejos entre los lectores veteranos recordamos bien el impacto asociado a la edición del primer volumen de La novela de un literato de Rafael Cansinos Assens, que seguía siendo en la segunda mitad de los ochenta –la entrega inaugural había aparecido a comienzos de la década, en 1982, publicada por una de las grandes colecciones literarias de esos años, Alianza Tres– una referencia transmitida por sus devotos con fervor de conjurados. El libro, como suele decirse, era un festín en tanto que abría una impagable ventana al mundo de la bohemia, casi invisible en los manuales y en las obras de los autores ilustres, con excepciones como las Luces de Valle, ciertas novelas de Baroja o sus memorias, en las que algo aparece de aquella constelación olvidada. Para algunos de nosotros, Cansinos fue un verdadero mito de juventud y no exageramos si decimos que la lectura de aquellas páginas dejó un rastro decisivo en nuestra educación sentimental, hasta el punto de haber albergado la idea, tan quimérica como otras, de dedicarle una biografía que resaltaría su perfil de gran retratista y legendario apóstol del Ultra.
Era el tiempo de la Movida y leímos luego que el malogrado Haro Ibars, por entonces íntimo del hijo casi homónimo del escritor sevillano, Rafael Manuel Cansinos, había promovido todavía en los setenta, antes por lo tanto de que se conociera su obra cumbre, una asociación orientada al rescate de su legado. Por los mismos años, en 1978, antes de fundar su editorial Renacimiento, en los talleres de Gráficas del Sur, Abelardo Linares publicaba un opúsculo pionero, Fortuna y fracaso de Rafael Cansinos Assens, al tiempo que Juan Manuel Bonet, también cansiniano de la primera hora, prologaba la reedición en Hiperión de la novela El movimiento VP, donde el paradójico impulsor de la primera vanguardia española se ocupó de recrear sus evoluciones en clave de farsa. Ya a finales de los noventa, Alberto Marina acogería en la línea editorial de la extinta Fundación Luis Cernuda una recopilación de la Obra crítica a cargo de otro buen amigo, Alberto González Troyano, que reunía los libros en los que Cansinos agavillaba sus reseñas de prensa, el reverso casi siempre benevolente de las ácidas y memorables páginas donde el escritor, en la intimidad de su diario, se expresaba sin inhibiciones. Recordamos también que hace ahora quince años, en la presentación de la reedición de La huelga de los poetas, que en realidad lo fue de periodistas, conocimos a la tardía mujer del escritor, Braulia Galán, y madre de su citado único hijo, quien viene ejerciendo como albacea de su legado, custodio de su archivo y responsable de la recuperación de buena parte de su obra a través de la Fundación ARCA.
Entre otros títulos, el sello de Cansinos hijo ha acogido la edición definitiva de La novela de un literato, reordenada en un solo volumen, y unos esperados Diarios de posguerra en Madrid, hasta ahora inéditos, de los que de momento han aparecido los correspondientes a los años 1943 y 1944, siendo el segundo de ellos el más reciente. Tanto Andrés Trapiello y Juan Bonilla, viejos amigos de Cansinos, como últimamente Arcadi Espada o en estas mismas páginas Fernando Castillo, se han referido a la singularidad de unos diarios que nos acercan a ese tiempo proverbialmente oscuro desde una perspectiva insólita, en la que se filtra con trazos indelebles la menesterosa vida de una capital aún traumatizada por la contienda y donde pese a todo, en las inciertas vísperas de la derrota del Eje, la gente del común intentaba salir adelante.
Reencontramos aquí a un Cansinos envejecido, como de costumbre chismoso y con momentos involuntariamente cómicos que da rienda suelta a su natural melancolía, agravada por la edad, pero no ha perdido el interés por las “vidas ajenas”, antes de que la muerte de su entrañable novia desde mediados de los años veinte, Josefina, extremeña de Don Benito, lo retire para siempre de la escritura diarística, pero no, como sabemos y por fortuna, de la reelaboración de las entradas antiguas en sus magistrales memorias. Si en su gran obra póstuma, el vívido retrato de la provincia menos rutilante de la Edad de Plata, había dejado la crónica no oficial de aquella época de convulsiones políticas y esplendor literario, que acaba justamente con el estallido de la Guerra Civil, en lo que vamos conociendo de estos diarios podemos asistir, con la sensación de viajar en una máquina del tiempo, a la cotidianidad doméstica, menos pintoresca pero igualmente veraz, de una ciudad disminuida que se esfuerza por subsistir en un clima de desolación y asfixia generalizadas. Es y no es el mismo Madrid de anteguerra. Lo que no cambia en Cansinos, lo que fascinó al adolescente novelero y conmueve al adulto que se acerca a la edad del escritor por esos años, es lo que su relato tiene de espejo de la condición humana.
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