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Nunca sabremos cuál es el método de selección de la memoria. Por qué se queda con unos recuerdos y desdeña otros, la mayoría. Una vez leí el altísimo tanto por ciento que olvidamos de los libros que leemos o de las películas que vemos. Apenas recordamos nada. De tal modo que, pasados unos años, podemos volver a acercarnos a ellos como si fuera la primera vez. La primera vez, esa quimera, ese deseo que mantenemos tan adentro.
Cuántas cosas nos gustaría volver a hacer por primera vez. Con lo que sabemos ahora, nos decimos. Y la verdad es que sabemos muy poco, prácticamente nada. Por ese capricho de la memoria. Lo reconozco, me gustaría ser el dueño de mi memoria y, como si se tratara de un disco duro, solamente conservar aquellos momentos en los que he sido feliz. O he creído ser feliz, que también vale. Su peso en oro. Pero no, la memoria se empeña en engordarse con ceniza y plomo, con latón y serrín, con aquello que no queremos guardar.
Hay secuencias que regresan a mí constantemente. Imágenes, diálogos, sonidos, que conservo y recupero sin ningún tipo de criterio. Y yo mismo me sorprendo, una y otra vez, cada vez que regresan. Nos creemos dueños de nuestro cuerpo, pero no, juega con nosotros. El corazón late como le da la gana, y también se para, cuando le da la gana. Trate de controlar su corazón, es imposible, le digo de antemano. Por mucho que se empeñen en lo contrario esos maestros del autocontrol. Qué palabra más fea, nos pasamos el día autocontrolándonos, y la mayoría de las veces por temor al qué dirán. En realidad, controlamos muy poco, apenas somos dueños de unas migajas de nuestra vida, de cada minuto que pasamos en ella. Y la memoria, claro, graciosa ella, no quiere dejar pasar ese poder.
Muchos días me despierto en esos momentos en los que no se tiene noción de nada, ni de la hora, ni del día ni de dónde estás, y creo que me voy a encontrar con mi madre, en cualquier rincón, tras la puerta. Y cada día es una desilusión. Con el tiempo he comprendido que la memoria nos regala un trocito, nos cede algo de su espacio, como si se tratara de una nube, o de uno de esos trasteros de alquiler, si lo que queremos conservar está relacionado con el amor. Pero el verdadero amor. Yo recuerdo todos los días de mi madre, y eso que ya han pasado más de 34 años desde que falleció, más de 12.400 días. Pero en todos esos días he sentido a mi madre, mi memoria la ha traído hasta mí. Con frecuencia en varias ocasiones, porque la memoria tiene un pacto con los olores, con los sonidos, con los sabores.
No sabemos por qué pero somos capaces de volver a sentir las croquetas, la tortilla o las torrijas de nuestra madre, como si la hubiéramos comido un segundo antes. Y también regresa el pasado, con nitidez, película que se proyecta en nuestros ojos, cuando volvemos a escuchar esa canción que fue banda sonora de aquel momento irrepetible. Sigue sucediendo, ahora. La memoria y su playlist que en realidad no hemos creado nosotros, pero que en cierto modo disfrutamos. Y en muchos casos provocamos que suceda, de nuevo.
Esta semana se cumplieron 34 años de la muerte de mi madre, y todavía no sé por qué en esta ocasión la he recordado con mayor nitidez e insistencia que en anteriores ocasiones. Seguramente mi memoria lo ha decidido por mí. Tal vez para abortar cualquier intento de almacenaje por mi parte. No lo sé. Lo que sí sé, y me repito, es que cuando la memoria está vinculada al amor es mucho más nítida. Siendo difícil de discernir si es la memoria quien mantiene al amor, o el amor a la memoria. En cualquier caso, ahí está. Como si fuera ahora, como si siguiera estando. Tal vez no sea bueno pensar en todas estas cosas, darle vueltas a estos asuntos, que nunca conseguiremos explicar. Por cierto, qué aburrido sería que todo se pudiera explicar. Que nuestra vida fuera como un rompecabezas en el que todas las piezas encajan. Desde que recuerdo, la perfección me da miedo, aunque para explicar esa teoría necesitaría una tribuna en exclusiva. Y antes de que se me olvide, hoy ha tocado hablar de la memoria. Y del amor, más de 12.400 días después.
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