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Nacido en la época georgiana y fallecido en la victoriana, Henry Temple, vizconde de Palmerston, ocupó en dos ocasiones el puesto de primer ministro del Reino Unido y dirigió su política exterior durante más de tres décadas. Inventor del nacional-liberalismo, la reina Victoria no le tenía simpatía porque pensaba que se excedía en su protagonismo internacional, pero el pueblo lo aclamaba. Incluso le adjudicó el cariñoso apodo de Pam (nada que ver con la pontevedresa de Podemos que se quejó de que algunas mujeres prefieran el coito a masturbarse, poniendo así en serio riesgo la continuidad de nuestra especie). Dejó Palmerston plasmado su pensamiento en una suculenta frase: los británicos “no tenemos aliados eternos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos”. Llevado por esa idea, perjudicó mucho a España, motivo de más para que nos molestemos en conocer, siquiera superficialmente, su forma de pensar.
Al igual que las naciones, los partidos políticos no tienen amigos, sino intereses. Los separatistas que apoyan al presidente Sánchez no lo hacen por simpatía, sino porque le conviene a su programa de expulsar de sus regiones (ellos las llaman naciones) todo lo que suene a español, empezando por el idioma. Y los quince partidos que han conformado Sumar no lo han hecho porque se adoren, sino para maximizar los escaños y las subvenciones de cada uno de sus miembros. Esa norma rige también para las relaciones entre el Partido Popular (PP) y Vox. Si alguno de los dos se ha creído que el otro iba a tratarlos como a un colega desviado estaba en un error. Al igual que el PSOE, ni el PP, ni Vox tienen amigos perpetuos, sino intereses constantes. El principal de ellos, hacerse con los gobiernos.
En consecuencia, ambos deben darse un baño de realismo político y afrontar el porvenir asumiendo sus resultados electorales en las regiones y municipios. Si en Valencia ha sido posible que alcancen un pacto de gobierno solo ha sido porque el PP tenía menos escaños que la suma de los partidos del tripartito. O compartía el gobierno con Vox o seguía el tripartito. Distinto es el caso de Murcia, donde la suma de escaños del PSOE y Podemos es inferior al número del PP y, por tanto, el PP gobernará en solitario, salvo que Vox se alíe con el PSOE y Podemos para impedirlo. ¿Se parece Extremadura a Valencia o a Murcia? Claramente a Valencia, toda vez que entre el PSOE y Podemos tienen más diputados que el PP. Así que con esos bueyes tiene que arar Guardiola, su lideresa extremeña.
En la línea de Palmerston, solo hay dos soluciones. Una sería que Guardiola aceptase algún consejero de Vox en su gobierno. La otra sería que Guardiola renunciase a seguir liderando al PP extremeño y cediese el turno a algún compañero más flexible. Si nada de eso ocurriese, irían en Extremadura a unas elecciones anticipadas, de resultado impredecible. Después de todo, la línea general del PP es gobernar en solitario allá donde su número de diputados sea mayor que la suma de las izquierdas y gobernar junto con Vox allá donde el número de diputados del PP sea inferior a la suma de las izquierdas. En mi opinión, Guardiola no ha asumido los resultados electorales: simplemente, carece del apoyo suficiente para gobernar en solitario. Ella verá y, si ella no lo ve, a lo mejor Bendodo tendrá que intervenir. Si es que no ha sido él quien ha diseñado esta vaina, con tal de favorecer el voto útil a favor de su formación. Que todo es posible.
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