Ezequiel Martínez

La esperanza del lince

La tribuna

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La esperanza del lince / Rosell

25 de junio 2024 - 05:01

Een 1986, la UICN catalogó el lince ibérico en peligro crítico de extinción. En los años 90, en los dos núcleos andaluces quedaban menos de 50 en Doñana y cerca de un centenar en Sierra Morena. En 2000, los científicos dan la voz de alarma: la población de lince ibérico no llega al centenar. Uno de los problemas fue la disminución de su alimento predilecto, el conejo, debido a las enfermedades de la mixomatosis y la neumonía hemorrágica vírica. Si en 2001 se contabilizaban 62 ejemplares adultos, en 2022 había 648. Hoy, 2024 la población del lince sumando jóvenes y adultos sobrepasa los 2.000 ejemplares, entre Sierra Morena, Doñana, Extremadura, Toledo, Murcia y Portugal. En la lista de roja de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), el lince pasa de “en peligro de extinción”, a “vulnerable”. Esta es la buena noticia. Según la UICN, la población del felino más amenazado del mundo, sigue en peligro por los atropellos, la caza furtiva y el Cambio Climático. El presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, mostró su satisfacción, al igual que la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera: “Hoy estamos en condiciones de poder alumbrar una luz de esperanza para el lince”.

La puesta en marcha en 2003 del programa Life-Lince (Miguel Ángel Simón), y del Plan de Cría en cautividad, fueron decisivos para recuperar al lince. Si Miguel Delibes instaló el uso de radiotransmisores, a partir de 2003, Astrid Vargas, bióloga y veterinaria, dirigió con éxito el plan de cría en cautividad, o programa de conservación ex-situ en en Doñana, que luego ha seguido Antonio Rivas.

En abril de 2001, dirigiendo Tierra y Mar, en Canal Sur TV, realizamos una expedición a Doñana, con el cámara José Manuel de Castro y la realizadora Elena Cano, acompañados por Paco Palomares, Javier Calzada, Gema Ruiz y Miguel Delibes, expertos del lince ibérico, un guarda del Parque Nacional y el fotógrafo de Naturaleza Antonio Sabater. En dos todoterrenos accedimos al Parque Nacional por la Cañada Mayor, afluente del Guadiamar. Paco Palomares y Gema Ruiz iniciaron la búsqueda de alguna madriguera. Tras varios intentos infructuosos, volvimos para cruzar la Cañada Mayor, pero el río venía muy crecido y el coche se quedó atascado en el cauce. Tuvimos que salir del vehículo, con la cámara y el trípode a hombros y con el agua por los muslos. Regresamos a Sevilla. Aquella tarde me llamó Paco Palomares. Habían hallado una paridera con cuatro crías de lince, una muerta, y otra con signos de deshidratación que llevaron al Zoobotánico de Jerez. Decidí seguir el caso de esa lincesa y días más tarde, fuimos a Jerez. Fue una de las experiencias más emocionantes en mi carrera. Acompañados por Íñigo Sánchez, responsable entonces del Plan de cría en cautividad del lince; Miguel Ángel Quevedo, veterinario del zoo, y Mercedes Mateos, de comunicación, entramos en la clínica con guantes, gorros y pantuflos protectores. Con la cría de días en mis manos, Juan Miguel Cascales y Elena Cano grabaron con la cámara. ¡Qué sentimientos de ternura al acariciar a aquella criatura salvada de una muerte segura! Sugerí a Íñigo y Miguel Ángel ponerle Esperanza, pues simbolizaba la esperanza para recuperar la especie. A los pocos días me confirmaron que así se llamaría. Y decidí seguir a Esperanza en su vida.

Al cabo de un año, en 2002, la visitamos en el Centro de Cría en cautividad del Acebuche, en Doñana. El cuidador Pablo Pererira nos introdujo en el cercado. Pereira y yo nos sentamos, y Esperanza jugaba con nosotros. En un momento se apoyó en mis hombros, sujeté sus patas con mis manos y su cabeza estaba encima de la mía, mientras Cascales grababa aquello, y me embargaba la emoción. Luego, Pereira fue amonestado por permitir que yo jugase con ella. Pensé que aquellas imágenes con las que concluimos el reportaje sobre Esperanza sensibilizarían más a chicos y mayores que varias campañas de publicidad. Años más tarde seguimos a Esperanza que superó una enfermedad renal y un tumor mamario. En 2014, Esperanza murió con 13 años, tuvo tres partos y cinco crías.

Hay que agradecer a muchos científicos, técnicos, guardas, políticos, alcaldes, agricultores, ganaderos, vecinos y propietarios de fincas en los territorios del lince, ecologistas, periodistas, educadores, etc, los esfuerzos realizados en estos 25 años, para recuperar al lince ibérico, la esperanza de una especie, y preservarla para el disfrute de las futuras generaciones.

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