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En un reciente e imprudente viaje al Próximo Oriente, no sabiendo qué lectura llevar en la faltriquera, eché lo primero que me vino a mano: Los viajes de Gulliver, de Jonathan Switf. Era una versión de los célebres y pequeños libros Crisol, desgraciadamente desaparecidos, traducida por Cipriano Rivas Cherif, el republicano español. Su diminuto tamaño me llevaba naturalmente al de los pequeños liliputienses, de los que trata en el capítulo primero.
Deparé en esta ocasión, en medio de la crisis ucraniana, en que en los litigios entre los habitantes de Liliput, imperio donde la ingratitud era delito capital -cómo me encanta esto-, y el imperio contrario de Blefuscu estalló en el pasado una curiosa guerra, llamada del huevo. El testigo de todo esto es el hombre-montaña, trasunto del propio Swift, nombre de connotaciones de guerra bancaria hoy día. El asunto que movió este conflicto partió del hecho trascendente de por qué lado había que cascar un huevo. Relata Swift: "Todo el que tiene manos sabe que la manera primitiva de cascar un huevo antes de comercio es por el cabo más ancho. Pero el abuelo del emperador actual, siendo niño y yendo a comer un huevo, al romperlo según el método tradicional, se cortó un dedo". Su padre, el citado emperador, dio un edicto ordenando que el huevo a partir de entonces, para evitar accidentes semejantes, se cascase por el lado más afinado. El pueblo llano recibió muy mal el edicto, produciéndose al menos seis rebeliones contra su dictamen, de resultas de las cuales, dos emperadores perdieron la vida. Estas luchas fueron fomentadas por los enemigos de Liliput, los fronterizos de Blefuscu, que estaban prestos a coger a los exiliados de las trifulcas, mientras su emperador no paraba en mientes en encizañarlos.
De resultas: "Está debidamente comprobado que once mil personas, en épocas diferentes se dejaron matar antes de cascar un huevo por la parte puntiaguda". Incluso hubo un debate teológico en el que el gran profeta Lustrog, "en el capítulo cincuenta y cuatro del Blundeeral", que Swift asegura que es el Corán, ordena: "Todos los verdaderos creyentes cascarán los huevos por donde es debido". Pronunciamiento lleno que ambigüedad, para cuya resolución, más allá de la hermenéutica, transcurrieron treinta seis lunas de guerra entre los dos imperios, con grandes pérdidas de hombres y naves.
De buena gana me ha sacado una carcajada esta guerra del huevo, de connotaciones actuales, mientras atravesaba el Mediterráneo de una punta a otra. Un gran sabio ruso, Mijail Bajtin, escribió mucho sobre el poder cósmico de la risa. Él la basaba en la cultura carnavalesca presente en las clases populares. Como hacía esas referencias "proletarias" al origen y función de la risa, Bajtin fue capaz de sortear a la seria policía soviética del pensamiento, harto vigilante de cualquier desviacionismo ideológico. En realidad, según los analistas de la obra de Mijail Bajtin, este empleó un sutil remedio para embromar al estalinismo de su tiempo, que tenía sumido en la oscuridad al pueblo ruso. Y lo hacía mediante este recurso que basculaba entre lo intestinal y la sublimidad; es decir, la "risa cósmica".
Cuando más lo pienso más veo al Putin, bilioso, y verde como un reptil, como lo ha descrito Madeleine Albright, tras el encuentro que tuvo con él cuando accedió al poder, y el Charles Chaplin de El Gran Dictador. En particular, me remito a la histriónica escena en la que el émulo cinematográfico de Hitler, le da golpes sea con el trasero sea con la cabeza a un globo terráqueo. He leído, como todos, muchas opiniones sobre lo que está ocurriendo, y sólo estoy seguro de una cosa: estamos en manos de un psicópata, que no es lo mismo que un loco, padecimiento aquel de muy difícil diagnóstico y tratamiento. Un psicópata puede ser inteligente, y no dejar rastro alguno de sus manías. Dicen que el rastro de un psicópata sólo se sigue por el daño y rastro de sangre, real o figurada, que deja a su paso. Y como su personalidad es amoral, puede tomarse luego unos chatos contigo, y decirte que no era para tanto… Si alguien sobrevive a estos interesantes tiempos, podrá corroborarlo.
Por el momento, me ha hecho mucho bien, gracias a la risa cósmica, lo de la guerra del huevo, sin perder de vista que nos hallamos ante una guerra fratricida, la ruso-ucrania, que nos arrastra a todos a la tercera guerra mundial, como la Guerra Civil española lo hizo a la segunda. Para exorcizar el miedo en los próximos días les sugiero ver o volver a ver Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, traducido aquí por ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, el filme en el que el genial Stanley Kubrick nos introducía hace más de medio siglo, en 1964, por los arcanos del desastre nuclear en clave de humor. Lo único posible: reír de puro miedo.
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