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No me atrevería a calificarlo como una iniciativa empresarial, porque tampoco ese es el gran objetivo (aunque tampoco queremos perder dinero, claro). Tampoco lo llamaría negocio, que eso me traslada a hojas de Excel y gráficos y contabilidad. Y de eso nunca he entendido. En un principio descarté la palabra inversión, pero me he dado cuenta de mi error. Claro que es una inversión (pero eso lo voy a contar después). Sobre todo lo considero una experiencia, vital, sensorial, emocional, todas valen. Desde hace un año aproximadamente, coincidiendo con la detección del cáncer que padezco, empecé con un pequeño huerto, en las afueras de la ciudad. Curioso, porque pasé parte de mi infancia cerca de huertos, y nunca llamaron mi atención. Desde entonces he pasado allí algunas (bastantes) horas. Viendo el atardecer, siguiendo el camino de las hormigas, contando los pétalos de una margarita, queriendo ver como crece una cebolla, afinando mi puntería. No haciendo nada, en calma, en paz. Pensando. O no pensando en nada, que a veces es importante. Dejar la mente en blanco. Descansar. No solo descansamos cuando relajamos nuestros músculos. La cabeza en ocasiones manda más, mucho más. Creo que he aprendido a dominar mi cabeza, aunque a veces me chulea y va por libre. Pero por suerte pronto tomo las riendas, de nuevo. En el huerto, he aprendido a controlar mis pensamientos, a relativizar. Todavía no sé lo que significa, pero he aprendido a hacerlo. A no darle vueltas a las cosas. Las engordamos, las transformamos en ocasiones en el epicentro de nuestras vidas y no. No es un buen asunto. Ya me empiezo a familiarizar, pero en un principio todo me era muy lejano en el huerto. Y puede que ese aprendizaje, ese desconocimiento, el no encontrarme en mi terreno, requería toda mi atención. Y no pensaba en lo que no debía pensar, a todas horas.
El invierno es más triste, en cuanto a colores, y eso que los brócolis y la lombarda tienen unas tonalidades muy llamativas, rojos fogosos. El verano fue toda una explosión, de colores, y de crecimiento. Nunca podría haber imaginado que los tomates crecieran a tal velocidad. No sé la de kilos que recolecté, que me procuraron litros y litros de gazpacho y salmorejo. No creo que haya tomado más en toda mi vida. Todos los días, todos. También fueron muchos los kilos de berenjenas, calabacines y pimientos, que los tarros de pisto aún siguen dando vueltas por las estanterías. Muchos los kilos. El verano tiene el inconveniente de la temperatura, ese calor nuestro que tan bien conocemos. Por eso aproveché los amaneceres para visitar el huerto. Grandiosos algunos de ellos, que me llegaron a dejar sin respiración, la apoteosis. Nada más que por eso mereció, y mucho, la pena. En uno de estos amaneceres me quedé mirando una vieja bicicleta de niño, junto a una rueda de tractor. Yo nunca tuve bicicleta de niño, y le pedía a mis amigos y primos (que sí tenían) que me dejaran una vuelta. Y así aprendí. En ese tiempo, la Motoretta era la reina de las bicicletas, el gran deseo. Desde entonces, cada vez que voy al huerto lo primero que hago es buscar con la mirada la bicicleta. Y el niño aparece de inmediato, y me entrego a no pensar.
Esta semana he recogido habas y cebolla fresca, y las he preparado fritas, tal y como las preparaba mi madre. Es un plato muy de Córdoba en abril, y es un plato muy de mi casa. Prepararlo, comerlo, ha tenido el mismo efecto que esa bicicleta que siempre busco con la mirada. Puede que me suceda todo esto en el huerto porque es encontrarse con lo puro, con lo esencial, con lo auténtico, y nada lo es más que la infancia. Nuestras raíces, como las de esas cebollas que me cuesta recolectar. Como las de las lechugas, tan aferradas a la tierra, tan salvajes en su sabor. Ahora doy un paso más, formando parte de un proyecto que pretende que sean muchos los que disfruten de un huerto. Retomo la idea de la inversión. Claro que es una inversión. En calma, en paz, en escapar de la rutina, en sentir que somos capaces de hacer algo con nuestras propias manos. En recobrar sabores, sensaciones. En volver a ser ese niño que fui. No creo que haya mejor inversión, regresar a la raíz, a los cimientos. Y que sigue estando ahí.
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