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El modelo de estado de la Constitución se centró entre los que sólo querían una dispersión administrativa, fuertemente centralizada hasta ese momento, y los que ansiaban un estado federal como requisito de libertad, olvidando que tan democrático es un estado centralizado como uno federal. Pero quienes marcaron el paso en este tema fueron las “nacionalidades históricas”, necesarias en una constitución integradora. No olvidemos tampoco el contexto en el que se negociaba, con el terrorismo independentista de ETA.
Finalmente se optó por el modelo de las autonomías, una suerte de estado federal con otro nombre. Ello obligó a crear el resto de comunidades, inventando sentimientos pseudonacionalistas donde no los había. Fue el famoso “café para todos”.
Nos dijeron que las autonomías descentralizarían el país, ayudarían a corregir las desigualdades y quedarían solucionados los deseos soberanistas de catalanes y vascos. En definitiva, serían la panacea de todos nuestros problemas. Paralelamente a ello, se optó por un sistema parlamentario bicameral, Congreso y Senado, siendo éste último la “cámara de representación territorial” (art. 69), curioso, si pensamos que ambos se eligen por circunscripciones provinciales.
Qué ha quedado de todo aquello.
España necesitaba una descentralización administrativa y eso se ha conseguido. Pero no todo ha sido tan positivo. La sensación generalizada es que las autonomías han agilizado la Administración al precio de duplicarla, con el consiguiente sobrecoste. Por otro lado, el antiguo centralismo está más acusado que nunca de facto. Madrid sigue siendo el motor económico al que todo el mundo tiene que irse a trabajar. En cuanto al “problema” de vascos y catalanes, no creo que haya mejorado, aunque ya no tengamos la lacra del terrorismo. Si a eso le unimos que el sistema bicameral se ha quedado en un extraño híbrido, sin que nadie sepa decirnos para qué sirve la cámara alta, sumado a la debilidad/conveniencia de los dos partidos mayoritarios, que no han dudado nunca en ceder ante los nacionalismos para conseguir los votos que necesitaban –aunque nadie ha llegado a los límites del Gobierno actual– tenemos que en el Congreso se legisla al socaire de intereses locales, alejados de los generales. Esto se podría corregir exigiendo un porcentaje mínimo de votos a nivel nacional para tener representación parlamentaria. Pero ese requisito ni está ni se le espera.
En definitiva, tenemos un país en el que cada vez hay menos igualdad ante la ley y en el que determinados territorios avanzan poco a poco hacia lo que nunca conseguirían sin reformar la Constitución, la independencia total –ni creo que la quieran–. A cambio consiguen una independencia a la carta, con un tufo de ventajismo, con muchas reivindicaciones y sin reciprocidad por su parte. Voy a poner un ejemplo bastante banal, pero que todo el mundo entenderá: Muchos reclaman “su” selección de fútbol, pero nadie pide “su” liga de fútbol.
Pienso que la táctica con estas comunidades “incómodas en el Estado español” ha sido errónea y el famoso referéndum de autodeterminación nos lo tendrían que hacer al resto de comunidades, dicho sea con el sarcasmo necesario. Me siento español y quiero que España siga siendo como siempre la he conocido, pero a cualquier precio no. De qué nos sirve mantener dentro del Estado a unos conciudadanos que solo se van a acordar de que son españoles a la hora de ayudarlos en una tragedia o pagarles las pensiones.
Y el otro gran problema que nos han traído las autonomías es la imperfección en el reparto de competencias, que se hace mas palpable en situaciones de crisis. Lo comprobamos en la pandemia, cuando cada comunidad hizo la guerra por su cuenta, y lo hemos comprobado con la tragedia de Valencia. No parece lógico que el Estado no tenga automatismos para responder a estas situaciones. No se entiende que una administración tuviera la competencia y otra dispusiera de los medios para una respuesta inmediata, porque al final pasa lo que desgraciadamente ha pasado.
Esto no es un alegato contra el sistema autonómico ni pienso que tengamos un estado fallido. Las autonomías tienen muchas ventajas y no se pueden suprimir, como algunos pretenden, pero sí creo que necesitan una reforma seria, sin prejuicios, sin miedo a que le incluyan a uno en la Fachosfera por parte de los dictadores de lo políticamente correcto, y sin miedo a quienes llevan 46 años sacando ventajas con la amenaza de la supuesta independencia.
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