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Este 20 de noviembre celebramos un nuevo Día Mundial de la Infancia impactados aún por las trágicas inundaciones en Valencia y Castilla-La Mancha que nos dejan más de 220 vidas perdidas. Aún sentimos el miedo que causó el paso de otra destructiva DANA por Málaga, Granada o Sevilla, afortunadamente sin víctimas mortales. Desastres como estos nos golpean profundamente y nos recuerdan la fragilidad de nuestro entorno y el impacto incalculable que tiene en los más vulnerables: los niños y niñas.
Desde Unicef llevamos tiempo advirtiendo sobre las graves consecuencias de las crisis climáticas en la infancia y la amenaza que suponen para su futuro. No solo en cuanto a calor extremo, de lo que algo sabemos en Andalucía, sino también en cuanto a la forma en la que nos afectarán las precipitaciones. Actualmente, casi la mitad de los niños y niñas del mundo (alrededor de mil millones) viven en países que enfrentan un alto riesgo de peligros climáticos y ambientales. Nuestras previsiones proyectan a 30 años un panorama mundial complejo en el que cada vez más niños y niñas estarán expuestos a un mayor impacto de las olas de calor, los incendios forestales, las inundaciones, las sequías o los ciclones. Todos ellos se enfrentarán a un entorno más impredecible y peligroso que cualquier generación anterior.
Desde el cambio climático hasta los conflictos, seguimos enfrentando crisis mundiales que tendrán un impacto a largo plazo en las vidas de los niños y niñas. La experiencia de Unicef en emergencias humanitarias, así como durante la pandemia de la Covid en España, nos demuestra que ellos son la población más vulnerable cuando ocurre un desastre.
Solo en Valencia, la DANA ha afectado a miles de niños, niñas y adolescentes, han perdido a familiares, viven la incertidumbre sobre los desaparecidos o han sido testigos de escenas traumáticas. Miles de ellos viven en municipios cuya normalidad se ha visto drásticamente alterada, más de 24.000 tienen dificultades para volver a la escuela y se han interrumpido los servicios básicos. Algunos se cuentan entre los fallecidos.
Por ello, continuamos trabajando sin descanso, abogando por medidas que protejan a la infancia y mitiguen los impactos de la crisis climática en sus vidas. Los niños y niñas necesitan una respuesta a desastres naturales como este adaptada a sus necesidades. Tanto las medidas que se tomen para paliar sus consecuencias como para la necesaria reconstrucción, deben tener un enfoque de infancia donde restablecer el acceso a la educación y ofrecer apoyo psicológico a las niñas y los niños afectados sean prioritarios.
Mientras, en otras partes del mundo más vulnerables, millones de niños y niñas pagan las consecuencias del cambio climático. La infancia en Pakistán, por ejemplo, se ve atrapada, desde hace años, en un círculo vicioso de temperaturas extremas, sequías e inundaciones que ya han causado miles de muertos. La sequía provocada por El Niño en Etiopía está teniendo un impacto devastador en millones de niños. Para finales de 2024, se prevé que casi un millón de niños y niñas hayan sufrido desnutrición aguda y alrededor de 350.000 mujeres embarazadas y lactantes estarán desnutridas. En las islas del Pacífico la subida del nivel del mar, las tormentas y ciclones, cada vez más fuertes y frecuentes, y las temperaturas más cálidas amenazan sus fuentes de sustento y sus hogares ancestrales.
La contaminación atmosférica causó 8,1 millones de muertes en todo el mundo en 2021, convirtiéndose en el segundo factor de riesgo de muerte, incluso en niños y niñas menores de cinco años. La exposición de los niños y niñas a esta contaminación está relacionada con la neumonía, responsable de una de cada cinco muertes infantiles en el mundo, y con el asma, la enfermedad respiratoria crónica más frecuente en los niños mayores.
Por eso, este 20 de noviembre seguirá siendo un día para reivindicar los derechos de todos los niños y niñas. Un momento para que los adultos hagamos el esfuerzo de escuchar su voz de forma más nítida y atendamos sus reivindicaciones. Nos lo dicen los hechos, nos lo proponen los jóvenes desde la COP 29 en Bakú o desde cientos de órganos locales de participación infantil y adolescente de Andalucía y de toda España. Porque solo cuando miramos el mundo desde los ojos de un niño podemos defender sus derechos más y mejor para garantizarles un futuro lleno de oportunidades.
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