Demetrio Fernández

Sólo Jesús tiene palabras de Vida eterna

La tribuna

11930896 2025-04-17
Sólo Jesús tiene palabras de Vida eterna

Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo. La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre.

De nuevo se nos levantará ante los ojos a Cristo crucificado: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y adoramos esa cruz bendita, que tantas veces rehuimos, y que el Viernes Santo besamos agradecidos. “Dolor con Cristo dolorido, quebranto con Cristo quebrantado”, nos recuerdan los Ejercicios de san Ignacio, y dolor con tantas personas que sufren por culpa de otros (injusticias y pecados) y por las propias culpas. Dolor reparador, solidaridad, restauración. Para vivir el silencio del Sábado Santo, junto al sepulcro, a la espera de la Resurrección.

“Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). Jesucristo no ha venido a echar a nadie fuera, ha venido para atraer a todos hacia él. Jesús no juzga ni excluye a nadie, sino que busca a todos y cada uno para ofrecerles su salvación. Él ha venido en medio de las tinieblas de este mundo para ser luz que disipa esas tinieblas. El que se acerca a él se siente iluminado, desapareciendo las tinieblas de su vida. Pero el que obra mal, no quiere la luz, no quiere “aclararse”, no se deja iluminar, para no verse acusado por sus obras.

Nuestra preparación para la Pascua no es sólo prepararnos para una fiesta. En la Pascua vamos pasando de la muerte a la vida, al hacernos Jesús partícipes de su misma vida. Una buena confesión, bien preparada por un buen examen de conciencia, que nos acerque avergonzados y arrepentidos al sacramento del perdón será la mejor preparación para la Pascua. ¿Quién podrá restaurar nuestro corazón en tantas heridas que nos hacen sufrir? ¿Quién podrá curar nuestro egoísmo, que destruye nuestra persona? Sólo Jesús tiene palabras de vida eterna. Sólo él tiene vida para dar y repartir sin medida. Jesús no sólo nos propone un camino, un método, unas pautas de comportamiento. Jesús nos da su misma vida y es capaz de dárnosla incluso si tiene que resucitarnos, como ha hecho con su amigo Lázaro.

El acontecimiento de la resurrección de Jesús debe ser el acontecimiento más estudiado de todos los tiempos. Desde todos los puntos de vista. Es tan fuerte el hecho que ha interrogado a personas de todo tipo, en todas las épocas y en todos los campos de la vida. Y Jesús ha ido mostrando a cada uno aquella certeza que transmiten los primeros: Es verdad, ha resucitado. Uno de ellos fue san Pablo, perseguidor de la Iglesia, que se topó de bruces y sin esperarlo con Jesús resucitado en el camino de Damasco, cayendo del caballo: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”, le dijo el Señor.

Esa experiencia cristiana se repite en nuestra vida. Mientras no nos encontramos de verdad con Jesucristo, a nivel personal como una experiencia propia, no llegamos a ser existencialmente cristianos. Hemos sido bautizados de niños, pero Jesucristo no ha entrado en nuestro corazón hasta que no lo descubrimos presente en nuestras vidas, hasta que no experimentamos su misericordia como un efecto benéfico de su redención. No cabe el engaño ni la ilusión, no cabe la trampa y/o la sugestión colectiva. El creyente ve que todo casa al aceptar la resurrección del que ha muerto en la Cruz. Y el no creyente dejará sin explicar lo que los apóstoles nos anuncian. Pero en un caso y en otro la fe será fruto de una gracia del Espíritu Santo en el corazón de quien está abierto a esos dones.

Así ha actuado Jesús, no sólo de palabra, sino con sus actitudes vitales. Así ha muerto Jesús, perdonando desde la Cruz a los que estaban matándole con todo tipo de torturas: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,35). Así han afrontado el martirio todos los cristianos que han sido llevados al patíbulo, perdonando a sus verdugos. Vivamos estos días con Jesucristo. Vayamos con él, a la pasión, a la muerte, a la resurrección. Él nos dará su Espíritu Santo, y renovará la faz de la tierra. Nosotros podremos prolongar en la historia su presencia transformadora, en la medida en que nos dejemos mover por el Espíritu.

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