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Las dos claves de los mensajes
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El 23 de abril, da igual el año, repetimos una serie de mensajes y proclamas como sacados de un manual del tipo 10 frases para celebrar el Día del Libro. Por su insistencia, por su simplicidad. Por su evidencia. Todo es cierto. Pero también es cierto que la mayoría de esas frases hechas esconden una verdad imposible de rebatir. Sí, los libros nos ayudan a ser libres. Sí, los libros propician que las nuestras sean unas vidas más plenas. Sí, los libros nos enriquecen, nos hacen mejores. Sí, todas esas afirmaciones son ciertas. Todas. Y simplemente cuestionarlas, o tratar de rebatirlas, sitúa a quien lo intenta en un lugar destacado de la ignorancia. Aunque nunca la lleguemos a saldar, puede que ni seamos conscientes de ello, tenemos una deuda con los libros. Lo he repetido con frecuencia, y no me cuesta hacerlo una vez más: a los libros le debo la vida. Pero no metafóricamente, no es una idea, es la realidad. Hasta el punto que los libros son mi vida.
Cuando la soledad se instaló en mis días, ahí estaban los libros. Cuando las ausencias no me dejaban enfrentarme al presente, ahí estuvieron los libros. Y ahora, que la enfermedad se ha cebado con mi cuerpo, que son muchos los días y las noches de dolor e incertidumbre, ahí vuelven a estar los libros. Muchas madrugadas despierto por los efectos de la enfermedad y su tratamiento, y no busco en la farmacia una solución a lo que me sucede, busco un libro. Al colarme en otras vidas, al recorrer otros espacios, el dolor no desaparece, no, sigue estando ahí, pero ya no es lo más importante. Las muchas veces que me han preguntado por qué comencé a escribir, he elaborado todo tipo de respuestas. En realidad, no es que mintiera, solo trataba de construir una respuesta razonable porque no encontraba la verdadera. Ahora lo tengo claro, comencé a escribir para no estar solo. Porque se puede estar rodeado de mil personas y sentirse muy solo. O no acompañado, que es una sensación similar.
Yo encontré en los libros esa compañía que desconocía que tanto necesitaba. Tal vez encontrarme conmigo mismo. Y en la escritura hallé el sentido de mis días. Y una pasión, una obsesión, una necesidad, una profesión con la que, afortunadamente, ganarme la vida. Suelo quejarme, sí. Ser escritor es duro. Incluso esclavista. Son muchos los días ingratos. Años ingratos, difusos, sin saber si estás recorriendo el camino correcto. Esa es una sensación que padecen todos los escritores. Incluido el recientemente fallecido Mario Vargas Llosa. He lamentado mucho su muerte. No solo era uno de mis autores favoritos (siempre lo consideré un maestro), también una referencia a la hora de entender este oficio. El peruano siempre citaba a la vocación, a la rebeldía, al talento, al trabajo. Para él no existían temas buenos o malos, géneros mayores o géneros menores, no. Solo Literatura. Y vida, mucha vida, siempre acababa refiriéndose a lo vivido.
Siempre he creído que es imposible separar al autor de la persona, que la ficción se nutre de la experiencia y que las novelas son interpretaciones de nuestras propias vidas. Eso lo estoy viviendo de nuevo, con la novela a la que me enfrento cada día y que, una vez más, me está salvando la vida. Cuando me sumerjo en ella, el dolor desaparece. Por un lado quiero acabarla, de hecho estoy retrasando deliberadamente ese momento, pero por otro quiero que siga formando parte de mis días.
Mi celebración del Día del Libro es un sincero agradecimiento. Qué podría entregar o dar a cambio con lo que tratar de igualar lo que los libros me han dado. Nada. Todo. En los días malos, en esos que pienso que les estoy entregando demasiado, recuerdo a los escritores que más admiro, como Vargas Llosa. Tuvo días de gloria, muchos, recibir la llamada del Nobel, y de tantos otros premios que ganó, pero fueron infinitamente más los días malos. Y en los libros, en la Literatura, encontró el antídoto, cuando no el sentido de la vida. El guion de los días. La magia propiciada. Las existencias contadas. El realismo imaginado. La dirección. La compañía. Hay días, muchos, que lamento el haberme dejado conquistar por los libros de esta manera. Pero también los hay, menos de los que desearía, que celebro el encuentro instalado en el tiempo. Y solo deseo que siga siendo así. Toda la vida.
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