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Lo que ocurre en un cambio de fase físico es fascinante. Ocurre por todas partes en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, cuando ponemos un cazo de agua a hervir. Un litro de agua a presión atmosférica normal apenas cambia de volumen cuando se calienta de 5 grados centígrados a 95 grados, pero crece hasta expandirse por cualquier recipiente, incluso por toda la habitación donde se encuentra, al calentarse por encima de 100 grados, que es el punto de temperatura en el que se produce la transformación de líquido a vapor. Igualmente se da el cambio de fase en la temperatura de 0 grados, cuando el agua en estado líquido, súbitamente, se convierte en otra cosa, en hielo. En ambos casos hay una propiedad al menos que, espontánea y súbitamente, muestra un cambio enorme, digamos, infinito. En ese punto exacto, ni antes ni después, el cambio gradual deja paso al cambio radical, y llegado a él ya no hay marcha atrás.
Mientras contemplaba la pasada noche en la pantalla de mi televisor el desarrollo de la concentración en las proximidades de la sede del PSOE en Madrid no dejaba de pensar, muy preocupado, en ese concepto del cambio de fase. Mi cabeza no podía dejar de dar vueltas a ese punto de no retorno, ese 100 grados o ese 0 grados, en el que ya no es posible la vuelta atrás, en el que la naturaleza, a través de sus dictados en forma de ineluctables leyes arrebata el control de las cosas a nuestra voluntad y ya solo cabe dejar que pase el suficiente tiempo para que, como se suele decir, “la cosa se enfríe”. Pero rara vez volvemos al estado inicial; ya no se dan las mismas condiciones que antes de ocurrir el cambio de fase. Entonces la realidad se revela como el supremo y despiadado negador de nuestros deseos: ¿en qué exacto momento tuvo lugar ese fatídico punto de inflexión que llevó a que naufragara un matrimonio? ¿Cuándo se torció el crecimiento de ese niño que prometía el florecimiento de una vida plena de talento? ¿Cómo fue que se pervirtió esa sociedad que parecía caminar orgullosa hacia un destino de éxito?
Esa sensación de cambio de fase la tuve hace seis años, cuando los aciagos acontecimientos de octubre de 2017. Entonces ocurrió en lo social y en lo político lo que le pasa al agua cuando llega a 0 grados o a 100. A partir de ese momento ya fue otra cosa. Sabía que algo había cambiado en el vínculo entre Cataluña y el resto de España y que nunca volvería a ser como antes. La otra noche me preguntaba si estaba presenciando de nuevo un suceso que representaba un cambio de fase. En el caso de lo que vi en las calles de la capital española la pregunta pertinente es ¿hemos llegado a ese punto? ¿De qué estado a qué otro estado podemos pasar si se da?
No estoy seguro de la respuesta a la primera pregunta, pero me atrevo a responder a la segunda: en este caso estaríamos pasando de caminar mal que bien por la senda de la racionalidad en los movimientos del tablero político a salirnos de sus márgenes para ingresar de hoz y coz en los dominios inciertos de la irracionalidad. Desde luego que cebadores para que se dé ese indeseable cambio de fase no faltan en las filas de los partidos de la derecha. ¿Hará falta recordar las palabras de José María Aznar pidiendo al “que pueda moverse que se mueva”? Por su parte la incombustible Isabel Díaz Ayuso ya ve la antesala de una dictadura en toda regla en los acuerdos alcanzados por el PSOE con Junts per Catalunya. El señor Santiago Abascal no se queda atrás y exhorta a los españoles a rebelarse contra el tirano de la Moncloa. En cuanto a Alberto Núñez Feijóo, cumple impecablemente con su papel de comparsa de todos ellos.
La pregunta es si este enfrentamiento político justifica la respuesta prácticamente concertada de quienes conforman la vieja guardia de las más rancias esencias de España, y que casualmente es la misma que históricamente vela por el orden que favorece a los poderosos de siempre. Si las instituciones democráticas de nuestro Estado aguantaron la embestida soberanista del procés, ¿no van a poder con esta dictadura que el otra vez –para pesar de muchos– presidente del Gobierno trata de instaurar a juicio de sus más furibundos críticos? Cuidado con la escalada de soflamas guerrilleras que en nada contribuyen a abordar la situación dentro de los márgenes de los procedimientos democráticos, y que, sin embargo, podrían ser ese punto de calentura necesario para que se dé el temible cambio de fase que nos disloque a todos llevándonos peligrosamente fuera de los límites de la sensatez
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