Juan Bonilla

Nacionalismo o nacionalismo

La tribuna

11400060 2025-03-16
Nacionalismo o nacionalismo

16 de marzo 2025 - 03:09

Algunas mañanas me levanto pipando de nacionalismo. No quiero decir que necesite desayunar manteca colorá y echarle un poco de brandy veterano al café mientras quito las noticias de la radio para que suene Entre dos aguas de Paco de Lucía, sino que, precisamente porque no quito las noticias, me doy cuenta de que lo peor del nacionalismo es que es el único ismo político al que sólo se puede responder multiplicándolo. Al fascismo no se le responde con fascismo, al socialismo no se le responde con socialismo, al liberalismo no se le responde con liberalismo, pero al nacionalismo no queda más remedio que responderle con nacionalismo: es una ideología vírica, que se contagia y que parece atender escrupulosamente a la tercera ley de Newton según la cual toda acción genera una reacción de intensidad semejante pero sentido opuesto. El nacionalismo ruso no hizo más que despertar el ucraniano, como el nacionalismo estadounidense –¿qué es eso de que un solo país se quede con la denominación de todo un continente y se apropie de la palabra América?– parece haber despertado la necesidad de un nacionalismo europeo. El nacionalismo catalán, por supuesto, aguzó el nacionalismo español, y aun cuando uno vea que todo nacionalismo es un sinsentido porque solo el azar decide de donde es cada quién y no hay modo de encontrar argumentos para el orgullo propio en decisiones en las que uno no tuvo parte, entiende también que sólo hay un nacionalismo que pueda erguirse sobre fundamentos razonables: el defensivo.

Famosamente George Orwell escribió que “El nacionalismo es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la deshonestidad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto.” Se olvidó de matizar que lo peor del nacionalismo es que no hay modo de enfrentarlo que no sea también nacionalismo: la pesadilla que se muerde la cola. ¿Qué va a hacer un ucraniano que ve cómo uno que se cree Zar, le echa encima carros de combate, drones, misiles? Obviamente sentir que el sótano donde se cobija es una seña de identidad que ha de alzarse sobre las señas de identidad que quieren imponerle y de ese modo tan visceral hacer brotar el orgullo de supervivencia en nombre de algo más grande que él mismo. Sin llegar a esos términos sangrientos, y detestando a esos pacifistas que argumentan que la mejor manera de que no haya guerra es rendirse ante el matón, ¿qué hace cualquier español que ve cómo se recochinea de su gobierno un nacionalista huido de la Justicia que sin embargo condiciona por las bromas de la aritmética toda la vida política del país y hasta se atreve a exigir que las fronteras de su petit país las controlen sus mossos para que no dejen entrar a quien no hable la lengua del territorio? Obviamente sentir que, una de dos, o se le dan los mismos privilegios –o condenas– al territorio administrativo al que pertenece o se le da una patada en el culo a las exigencias de ese trastornado en nombre de algo más grande que nosotros. Todas las maniobras de Puigdemont sacándole la sangre al gobierno de Pedro Sánchez, por llamarlo de algún modo, no tienen otra respuesta en la sociedad que el crecimiento de un nacionalismo defensivo que nos lleva al disparate.

Pero no siempre la defensa propia ha de hacer pie en el disparate. Por sacar algo de dicha de la desdicha, quizá la sobreactuación nacionalista y suprematista de la MAGA (Make America Great Again), tenga de bueno que –otra vez Newton– la agonizada Europa emerja de la burocracia que la entierra y cobre conciencia de sí misma, por ficticia que sea. Quizá esta nueva reordenación geopolítica que trae el mercader Trump –que ha venido a hacer negocios, nadie se engañe en eso– sirva al menos para que la densa neblina de la conciencia europea se disperse. En ese sentido, fue admirable el breve discurso de Macron a Francia –no es por comparar estadistas, pero ¿alguien se imagina a un político español interrumpiendo la programación televisiva para dar un discurso urgente sobre Europa?– como admirables han sido los esfuerzos del premier británico para encabezar una respuesta conjunta ante la situación ucraniana. Leo una entrevista a un ex alto ejecutivo de relaciones internacionales en la que acaba preguntándose a sí mismo: “Los Estados miembros de la Unión Europea gastan cuatro veces más que Rusia en defensa, pero de forma desordenada. En estos momentos tenemos una economía que es diez veces la rusa. ¿Cómo es posible que nos planteemos siquiera la respuesta a la pregunta de si somos capaces de sostener el conflicto en Ucrania?”. Si la respuesta es no, es fácil entender que aún no cuaja la certeza de que al nacionalismo ruso sólo se le puede responder con nacionalismo europeo. Y no creer en Europa, es lo que matará a Europa.

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