Manuel Bustos Rodríguez

El niño, especie protegida

La tribuna

Una de las alternativas fuertes al paganismo que mostraban los cristianos de los primeros tiempos consistía en el cuidado a los niños frente al infanticidio

El niño, especie protegida
El niño, especie protegida

29 de mayo 2023 - 02:15

Nuestro tiempo siente predilección por proteger lo que sea, especialmente si entra dentro de lo considerado como políticamente correcto. Así han nacido los días consagrados a la salvaguarda de diferentes especies animales (el buitre, el lince, el oso, el lobo,…), al recordatorio de enfermedades, siendo el cáncer probablemente el más difundido, o dedicados a asuntos de un carácter más genérico, como la diversidad, el medio ambiente o la mujer. Sin embargo, nos hemos olvidado de la protección que merece el niño, hoy tan amenazado desde tantos ámbitos.

En realidad, el de los niños es un grupo social y biológico en proceso de drástica reducción, a pesar de ser quien nos asegura la continuidad como especie y como personas. Sobre ellos se proyecta lo mejor del ser humano: el amor, la ternura, los cuidados de los padres, especialmente de la madre, e, incluso, de personas no tan cercanas a la familia. Por su pureza, sencillez e inocencia fueron colocados en un lugar preeminente por Jesús, y contra sus trasgresores él mismo vertió amenazas de castigos, situados entre los más fuertes que se pudieron escuchar de sus labios. Pero en la dinámica de sinrazón en que hemos entrado hace tiempo, no debe extrañarnos demasiado lo que estamos viendo. ¡Van ya tantas!

Una de las alternativas fuertes al paganismo que mostraban los cristianos de los primeros tiempos, y que llamaba la atención y atraía a quienes aún no lo eran, consistía, precisamente, en el cuidado y la atención a los niños frente a la práctica del infanticidio, tan fuertemente arraigado en el mundo pagano. Hoy que se advierten los progresos del neopaganismo en nuestra sociedad, fiel a sus orígenes, el infanticidio vuelve a reaparecer con fuerza, como algunos intelectuales vienen observando. No pensemos que es una exageración: las pruebas de ello son abundantes.

El recurso generalizado al execrable aborto como método anticonceptivo, los asesinatos de niños (a veces con descuartizamiento incluido) a manos de su padre o de su madre, la mercantilización de los bebés, el abandono de los mismos, los experimentos de género, la extensión de la pornografía infantil o la pederastia, tan al día en nuestros noticieros, son solo la punta del iceberg de una actitud social generalizada que se muestra poco proclive a la procreación, contempla con frecuencia el nacimiento y la maternidad como una carga insoportable, y en fuerte contraste con todo ello, se muestra condescendiente para dar a los niños, cuando los tiene, todo aquello que desean y piden, cual si se tratara de pequeños tiranuelos a los que es obligado satisfacer.

Mala cosa es cuando una sociedad se ve permanentemente alterada, cada vez con menores efectos sobre la conciencia, por ese tipo de comportamientos. Su camino hacia la disolución se va ensanchando de manera progresiva. Por muchos derechos humanos que proclame en favor de sus miembros o de los grupos diferenciados que la componen, su porvenir se vuelve un tanto oscuro e incierto y el sustrato de humanidad en ella se va debilitando con efectos desoladores.

El problema que aquí planteamos bien merecería la atención de los políticos y las autoridades en general, de manera que, al menos en justa reciprocidad con todo lo que hoy se salvaguarda, se declarase oficialmente al niño especie protegida, se le asignara su día en el calendario y se ajustasen las correspondientes penas por atentar contra su integridad. Y no tanto porque los padres de vez en cuando pudiesen verse tentados a darles un azote o un cachete por sus travesuras, lo que ahora hipócritamente se suele legislar, sino, sobre todo, con vistas a la reducción del número de casos de afectados por la acción infinitamente más violenta que aquella contra los niños por parte de los mayores, pertenezcan o no a la familia del infante. También porque la especie humana pueda tener futuro, al menos en igualdad de oportunidades con los animales, que tanto tocan hoy nuestra impresionable sensibilidad.

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