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Como casi siempre nos sucede, no esperamos a que sea verano para que tengamos temperatura de verano. Ya estamos en verano. Y eso que este año sí hemos tenido primavera, porque marzo y abril, lo que llevamos, han sido muy primaverales. Sí, las primaveras son así, alocadas, llueve cuando les da la gana, sale el sol, días fríos, días templados. Ha sido un fin de semana veraniego, solo nos ha faltado estrenar la piscina del cuñado. Porque siempre hay un cuñado con piscina y con barbacoa de obra, que ya es el grado máximo del cuñadismo. Esperemos, por nuestra salud, que la primavera regrese, aunque nos vuelva locos con sus caprichos climáticos.
En esta primavera se ha ido el Papa Francisco. Un lunes de Pascua, como si fuera el protagonista del guion de su propia vida. Tengo la impresión de que llegó hasta donde le dejaron, pero que le habría gustado avanzar un poco, mucho, más allá. Hasta que la Iglesia habitase en el siglo XXI, con toda seguridad. Lo recordaré como un hombre justo y cabal, sensato en sus palabras, no agresivo en sus afirmaciones.
Sin embargo, hay quien lo recordará, muchos, como el amigo de los dictadores, de narcos, un cura sociata, a ratos comunista, aliado de las farmacéuticas, convenciéndonos de la necesidad de ponernos la vacuna contra el Covid. Son esos mismos que piensan que nos implantaron un chip con la vacuna, que la tierra es plana y que lo del cambio climático es el truco del almendruco.
Y ya no hablemos de la Agenda 2030, esa paparruchada comunista que se han inventado para coartar nuestra libertad. Yo tengo un concepto muy diferente del fallecido Papa Francisco. Aunque no soy creyente, no le resto valor a la importancia de lo que hace y dice el Papa de Roma, ya que es un auténtico líder de opinión. Y Francisco dijo muy pocas tonterías, algunas fueron justamente lo contrario, muy inteligentes, y le reconozco muy buenas acciones. Con toda probabilidad, insisto, hasta donde le dejaron. Tengo la impresión de que se quedó con las ganas de seguir avanzando.
Francisco se pasó una hora hablando con una persona trans. Eso enfureció, o le puso las pilas, a sus muchos detractores. Y yo creo que solo normalizó lo que es absolutamente normal. Eso es mucho. Francisco no despotricó contra la unión civil de las personas del mismo sexo, y eso encendió las pupilas de los de siempre, necesitados de que todo siga siendo como “siempre”. Con esa teoría, seguiríamos viviendo en las cavernas y alumbrándonos con antorchas.
Digamos que fue, dentro de sus posibilidades, un hombre de su tiempo. Una vez un sacerdote salesiano amigo me explicó que el Papa (cualquiera) tiene una complicada tarea, que es la de evolucionar a la vez que mantiene la tradición. Suena contradictorio, pero no por eso deja de ser una realidad. Me explicó este sacerdote que el Papa es el vértice superior de un enorme triángulo, y que si abre demasiado rápido el ángulo, el triángulo se deforma, y acaba cayendo al suelo. Una explicación que cuenta con una representación muy plástica y concreta. Francisco hizo eso, justamente. Los valores de la Iglesia siguieron siendo sólidos, pero a la vez abrió un poco el ángulo.
Ojalá, en esta primavera que acabará con un nuevo Papa, la fumata blanca nos traiga un sucesor de similares características. Un hombre de este tiempo, que mire hacia adelante, y que no se sienta lastrado por el peso del pasado. Hay ya demasiados “líderes” mundiales inclinados hacia los extremos, con gestos y formas autoritarias, añorantes de un pasado que no fue precisamente bueno (no, al menos, para la mayoría), y es necesario que haya un contrapeso en la balanza. Como las primaveras, las necesitamos con sol, sin llegar a ser verano, pero también lluviosas, que rieguen los campos y llenen los pantanos. Ojalá el nuevo Papa no incremente la nostalgia de los seguidores de Francisco, hasta el punto que lo recordemos constantemente. Ojalá siga avanzando, como la primavera hacia el verano, de forma pausada, pero sin perder la velocidad. Hay mucho camino que recorrer, y algunas cuestas son ciertamente empinadas.
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