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Un tal Charles C. Mann, estadounidense él, periodista y escritor, acaba de publicar un libro titulado 1493. Fecha y título significativos, donde en la rigurosa tradición anglosajona pone a parir a los españoles, a cuento de nuestra actividad en América, saqueo de riquezas y aportación de gérmenes patógenos a los indígenas. Así de fácil, para variar. Y habrá quien se lo crea. Y entre nosotros, que es peor. Es lo que tiene la propaganda de los países poderosos. No sólo llevan una política exterior determinada sino que paralela e indefectiblemente desarrollan la comunicación complementaria que justifica esa política revistiendo sus tesis de una pretendida objetividad. Ante dicho bullying propagandístico solo cabe tener una opinión documentada, pero eso suele requerir estudio, y el estudio es trabajoso, y quita horas de ver tanto fútbol, ya se sabe.
El tal señor Mann, al no poder documentar hospitales, escuelas o universidades para los indios norteños por parte de las que fueron autoridades inglesas y luego norteamericanas, justifica en otro libro suyo anterior la ocupación de tierras y completa marginación de estos indígenas por parte de los nuevos ocupantes. El mundo está repleto de cinematografía donde el indio de los Estados Unidos es un salvaje destructor que se resiste a la felicidad de la civilización y termina donde estuvo y está: exterminado o constreñido en una reserva. Todas esas películas de nuestra vulnerable infancia y juventud son en realidad una masa propagandística de mayor cuantía que nos acabó llenando de simpatía por el invasor vaquero o el soldado azul, en verdad un invasor, y eso ya una vez descubiertos y definidos los derechos del hombre, ojo. Pero no solo entre indios anda el juego. Recordemos que tras el abusador tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848, Los Estados Unidos arrebataron a México una extensión de cerca de dos millones y medio de kilómetros cuadrados. Casi cinco veces España. Más de la extensión total del México de hoy.
Eso no eran ya indios, sino un débil país, mal gobernado, eso sí, por la élite de una sociedad mestiza de criollos e indígenas. Pero en el Museo de América, en la ciudad Universitaria madrileña, el viajero, que no turista, puede y debe contemplar la magnífica y llamada Serie de Mestizajes, pinturas anónimas mexicanas del S. XVIII donde se colorean y explican los distintos cruces humanos que salían de unos intercambios que ya hubiera querido documentar el país de la Carta de los Derechos, que estaban escribiéndose sobre papel al mismo tiempo que los cuadros del Museo de América ponían en óleo lo que se escribía en la vida diaria de las aún colonias españolas. En los cruces étnicos de la América hispana aparecen los distintos calificativos aceptados, nada humillantes, que surgen de esas mezclas. De ahí nombres tan sonoros como coyote, para el hijo de indio y mestiza; morisco, para el que sale de español y mulata; lobo, para el de indio y negra; chino, para el de lobo y negra; cambujo, para el de chino e india…, y así más nombres asumidos y pintados en deliciosas escenas de la vida cotidiana, resumidos luego en una pintura de Luis de Mena donde una clásica Virgen de Guadalupe preside las distintas escenas anteriores. Escenas que solo por su contemplación valen la pena una visita a dicho museo, algo distante, eso sí, de los glamurosos y clásicos centros culturales y comerciales madrileños.
De modo que míster Mann, descendiente de degolladores de indios, se arroga, para variar, el papel defensor de estos cuando están fuera de su entorno y cuando no tiene apenas ya en su país indios que se le quejen del maltrato, cosa que abunda en toda la América española, pese al exterminio que al parecer hicieron nuestros antepasados. La voz del norteamericano se une reiterada a europeos que uno no sabe cómo tienen vergüenza de abrir la boca al respecto después por ejemplo de haber mantenido el apartheid en Sudáfrica nada menos que hasta 1991, por parte de la blanca minoría de ascendencia inglesa y holandesa en el poder, los dos países por cierto, más piratas y saqueadores que ha conocido la Europa moderna. Por no hablar de la insidiosa Bélgica, el país que junto a la dulce Francia, más y más cruelmente ha saqueado la parte de África que les tocó en suerte. Para más información léanse los clarificadores trabajos de Elvira Roca Barea a propósito de la negritud o no de nuestra leyenda, y sobre todo la de otros. En fin, lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el ojo propio, que decía alguien…
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