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A menudo la historia deviene en una crónica de azares y caprichos. El patronímico une a distintas figuras de la historia bizantina y de la Grecia contemporánea. El salto es abismal, pero entre Constantinos imperiales y regios ha andado el juego griego, justo ahora que ha fallecido Constantino II, último rey de Grecia (1964-1973).
Constantino I el Grande fundó Constantinopla (Nova Roma) en el 330. Tras la conquista de los turcos (1453), el último valedor de los bizantinos fue Constantino XI Dragases. Su figura, al no hallarse su cuerpo en el asedio de Constantinopla, dio lugar al mito. Una leyenda cuenta que Constantino IX no murió en las murallas de Bizancio, sino que, convertido en mármol, fue salvado y ocultado por un ángel en el Cuerno de Oro. En la hora precisa, cuando Constantinopla (hoy Estambul) sea devuelta a los griegos, otro ángel descenderá del cielo para hacerlo resucitar con su espada. Más prosaica es la crónica a la que dio lugar Constantino II, hijo de Federica de Hannover y del rey Pablo I de Grecia (en un desmayo sexual fue amante del gigoló norteamericano Derham Fouts). Constantino fue hermano de Irene y de Sofía, la Reina emérita de España, y era, por tanto, tío materno de nuestro Felipe VI.
Tras 400 años de yugo turco (de ahí los 400 pliegues de la falda que hoy usan los evzones de la Guardia Presidencial), la monarquía se instauró en Grecia en 1832 con Otón de Baviera. Se impuso entre ociosas deliberaciones de las potencias europeas, lo que hará de la monarquía griega un invento nuevo y del todo veleidoso. Es con Jorge I (1863-1913) con quien se inaugura, hasta el último Constantino II, la rama danesa de la realeza griega. Jorge I murió asesinado en Salónica en 1913 por obra de un perturbado mental (Grecia forjaba ya su estado nación con su victoria en las guerras balcánicas).
Le sucedió otro Constantino, Constantino I, rey de los helenos en dos periodos cruciales (1913-1917 y 1920-1922). En plena IGM estalló en Grecia el llamado Cisma Nacional (Ethnikós Dijasmós) entre monárquicos germanófilos y aliadófilos, representados por el amado y demonizado primer ministro Venizelos. Entre 1917 y 1920 reinó el efímero Alejandro I, hijo de Constantino, quien murió estrambóticamente por la mordedura de un mono mientras paseaba por el palacio real de Tatoi en Atenas (murió por sepsis).
Aprovechándose de la derrota de Turquía en la IGM, el segundo periodo regio de Constantino I coincidió con el fracaso del ejército griego en la enloquecida campaña de Asia Menor. Respondía a la Megali Idea (la Gran Grecia), que soñaba con reponer la capital de los griegos irredentos en Constantinopla y forjar la gran nación bañada por los cinco mares (Jónico, Mediterráneo, Egeo, Mármara y Mar Negro). La guerra greco-turca (1919-1922) dio lugar a atrocidades por parte de ambos bandos. Europa explotó mucho más la crueldad de los turcos que la de los griegos, con su política de tierra quemada en su huida hacia Esmirna, que arderá pavorosamente poniendo fin a siglos de cultura griega en Asia Menor.
Bajo Jorge II, dos veces rey (1922-1924 y 1935-1946), se produjo lo que se conocerá como el Año de la Catástrofe. En 1923, con la anuencia de la Sociedad de Naciones (y bajo supervisión del diplomático y célebre explorador Fridtjof Nansen), se produjo el forzoso intercambio étnico entre los griegos turcos de Asia Menor (expulsados a la nueva y destartalada Grecia urbana) y los griegos musulmanes que serán reasentados en Anatolia. El segundo periodo de Jorge II coincidirá con la dictadura de Metaxas (1936-1941), la deficiente ocupación italiana y la posterior y terrible invasión nazi de Grecia. En plena lucha de liberación brota la urdimbre de la futura y cruenta guerra civil griega entre los comunistas del ELAS y el ejército regular del gobierno monárquico. Jorge II murió en 1947 en plena contienda (reflejada, como toda la historia reciente de Grecia, en el cine de Angelopoulos). A Jorge II le sucederá el ya citado rey Pablo I, monarca hasta 1964 con los gobiernos de Papagos y Caramanlis.
Constantino II, recién fallecido, asistirá al golpe de Estado que trajo la Dictadura de los Coroneles (1967-1974). Una fotografía inoportuna lo expuso avalando la junta militar. Un fallido contragolpe (Antikinima), urdido con torpeza por el propio rey, lo llevará al exilio en 1967. Con idas y venidas incómodas y puntuales a Grecia, será testigo externo de la inagotable arritmia de la política griega (de la guerra en Chipre a la crisis de deuda de 2009). En Atenas se le han dispensado unas pompas fúnebres de liturgia privada y no de Estado. La sangre azul siempre acaba en crónica rosa.
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