La tribuna
Muface no tiene quien le escriba
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Cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de 2016, ya arrastraba acusaciones de fraude, cuitas judiciales, ruinas personales, inversiones desastrosas en casinos o compañías aéreas, dramáticas rupturas familiares e incluso una guerra abierta con la jerarquía tradicional del Partido Republicano. Estaba enfrentado sulfúricamente con los ex presidentes Bush, con Mitt Romney o con John McCain, el conservador de Arizona y oponente de Obama en 2004, que prohibió taxativamente que el ex presentador The Apprentice, pudiera, ni por asomo, acudir a su entierro para rentabilizar su cínicas condolencias. Trump es un mercader y habría sido capaz de vender biblias en la puerta del óbito de un hombre recto, como en los ochenta escribió libros millonarios sobre el éxito de un yuppie y en la década de los 2000, fundó una universidad Trump para enseñar (a los incautos) a triunfar (en su propio beneficio, en el de él, claro).
Su tachable historial de servicios no importó entonces, hace ya ocho años, cuando alcanzó la Casa Blanca con menor voto popular e invirtiendo la mitad del dinero que su adversaria, Hillary Clinton (ella obtuvo el respaldo de casi 66 millones de votantes, mientras al republicano, conociendo perfectamente las particularidades del sistema electoral USA, le bastaron algo menos de 63 millones). Y dos legislaturas después, con Estados Unidos de América en una pendiente de división, odio y pérdida de liderazgo mundial, Trump amasa nuevamente opciones de victoria a escasas jornadas de la convocatoria electoral.
Pero, ¿por qué votan a Trump?, preguntan sobresaltados muchos españoles que siguen desde la distancia la actualidad informativa de Washington. Una cuestión para la que no encuentran ninguna respuesta sensata por mucho que la busquen. El politólogo Octavio A. Hinojosa Mier es un republicano, residente en Austin, la capital de Texas, un estado consolidadamente rojo y de decisiva importancia en el resultado de la votación del 5 de noviembre. En esta elección, Hinojosa Mier ha desvelado públicamente su decisión de votar por Kamala Harris porque, según explica, un segundo (y definitivo) mandato de Trump llevará a “reconfigurar las estructuras de poder del país, desarticulando los check and balances de la democracia estadounidense”. “Trump ha suplantado al Partido Republicano con MAGA (Make America Great Again), su movimiento populista. Él y sus seguidores están por encima de una formación que ha sido determinante desde hace más de dos siglos”.
Trump es un impostor muy eficaz al que millones de sus votantes, miles de pocos ingresos, identifican como un ejemplo de prosperidad y logros; otras decenas de millones de sus seguidores, no necesariamente bien informados, lo consideran un estadista e incluso, entre muchos de los que profesan la fe cristiana, observan en él a un virtuoso que fue salvado por la mano de un ángel del intento de asesinato del mes de julio.
Pero el sentido de la virtud en Trump es el mismo que en aquel viajante tarambana y enredador de la novela de Sinclair Lewis, Elmer Gantry. Un tipo atrabiliario y descarado que dando tumbos por tugurios y moteles de Kansas, de copa en copa y de venta en venta, descubre el poder de su palabrería al mezclarla con sentencias y pasajes de la Biblia. Con esa actitud descarada e incoherente, Trump ha patrimonializado el extendido sentido religioso, vinculado erróneamente a la fundación del país tanto que, en estos días, se puede leer la desconcertante leyenda, “Since 1776, in God we Trust” en camisetas y diferentes objetos de merchandsing. Realmente, “In God We Trust”, aseveración impresa en los dólares, no se remonta al periodo fundacional del país, sino a 1956, pero Trump y sus Maga’s, han potenciado un vínculo entre la religión y la etnia, una respuesta altiva y contundente ante el cambio demográfico creciente en Estados Unidos que va incorporando a importantes espacios de poder a ciudadanos de origen hispano, asiático o afroamericano.
Según difunden las principales cadenas de televisión, Trump no aceptará los resultados en caso de derrota y prepara un apabullante equipo legal para litigar palmo a palmo cada condado.
En un país que solo ofrece dos opciones, este candidato ha colonizado a los Republicanos y los ha transformado en una corporación a su servicio.
La retórica belicista, la actitud decidida a llegar al enfrentamiento abierto con otros compatriotas, el crecimiento de las diferencias entre grupos sociales, hace que muchos presientan un abismo tras las elecciones del próximo martes, 5 de noviembre.
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