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Subbética
El día después del cribado masivo en Lucena. Un cuarteto de fotógrafos profesionales se posiciona a la derecha de la iglesia de Santiago Apóstol tres cuartos de hora antes del inicio del doble turno de primeras comuniones. Son las 10:00 y, en la calle Julio Romero de Torres, el sonido de la plataforma elevadora que desmonta los últimos toldos veraniegos despierta al centro del municipio y, sin cruzar conversación alguna, los clientes más castizos entran y salen del Mercado de Abastos. Una mujer resiste con una FFP2 en las mesas exteriores de un pequeño bar próximo a la antigua judería y tres jubilados conversan –uno de ellos con la mascarilla descendida a la barbilla- en la entrada diáfana de otro establecimiento hostelero cercano.
Es el principio de la mañana del sábado que sucede a un lunes que registró el sexto fallecimiento de la segunda ola y añadió 226 positivos a una estadística que altera cada jornada a los vecinos de esta localidad de la Subbética. Un estremecedor y opresivo incremento que abalanzó a la población al abismo de los 1.000 casos por 100.000 habitantes. Paulatinamente, desde entonces, los indicadores de la pandemia han concedido alivios. El bullicio y los vestidos blancos, de marinero o las combinaciones de traje y corbata, en las inmediaciones de los templos, retrotraían la imaginación a mayo. El frescor matutino y la melancolía en los ojos irreconocibles y difusos devolvían la rara realidad a septiembre.
Los locales vacíos y los carteles que proponen una venta o un alquiler salpican las arterias aledañas a la Plaza Nueva. Excluyendo las cafeterías, que sirven desayunos a un ritmo intermedio, es difícil localizar a clientes en el interior de los negocios a las 10:30. En un 75% calcula Paco Guerrero que se han desplomado las ventas en este implacable período, incomparablemente “peor” que la crisis financiera del año 2008 porque ahora “te han quitado a la gente de la calle”. Desde hace unos 40 años, regenta en la calle Las Tiendas el Bazar bautizado con su apellido. “Esto pinta fatal, es una barbaridad, histórica, para contárselo a los nietos”, insiste, sin vislumbrar una pronta recuperación. Los dos meses de cierre obligado, en el tramo de mayor rigor del estado de alarma, “el pánico” a transitar por la vía pública y la inseguridad económica trenzan “un cóctel” tenebroso.
El decreto municipal acelerado por el irresistible número de contagios por covid-19, y consensuado entre los cinco grupos políticos, redujo a un 50% la ocupación de los veladores y, en un perjuicio colateral, impone cerrar a las 23:00 aquellas terrazas emplazadas en parques, jardines o plazas públicas. Es un supuesto que incumbe a José Manuel Sánchez Bertelli, responsable de la clásica Heladería Alacant, en su local de la Plaza Nueva. Acepta y “comprende”, por concernir “a todos”, las restricciones acordadas por el Ayuntamiento, aunque “si nos quitas tiempo, déjanos las mesas, o viceversa”, plantea. “Son siete días malos, vale, lo aguantamos, tenemos que remar, pero nos está haciendo muchísimo daño”. Reconoce, saludándola, la supresión del impuesto correspondiente a la terraza, en este año 2020. “Ya es algo y lo veo bien”, afirma. A título particular vierte una opinión unánime en su gremio: “nos están poniendo como causantes del virus y, realmente, ¿cuántos casos han sido por la hostelería?, todos son derivados de otras cosas”. Una adversidad evidente es que "ya no viene gente de fuera".
Avanzando por El Peso, a las doce del mediodía varios incondicionales ya se apoyan en la barra de Casa Juan, en la peatonal calle Jaime. Uno de los camareros achaca a “las declaraciones del alcalde hace dos semanas, cuando dijo que Lucena estaba infectada” el paisaje desértico. "Eso no es ayudar al pueblo", remata. “Los bares están más limpios que nunca”, exclama, reclamando, sin precisar destinatario, “que nos dejen trabajar”. Prosigue denunciando que “no puede trabajar con dos mesas en la calle”. En estas jornadas, “se sientan cuatro personas y ya está la noche echada, es muy gordo porque los gastos son los mismos”. Su teoría exime de culpa a su sector y apunta a “los chalés, campos y botellones”.
Este trabajador exige igualdad en la aplicación de las normativas vigentes. “Si es el 50%, que sea para todos, unos cumplimos y otros no y, además, en los parques que deben estar cerrados por la noche, veo a chavalones sentados a las dos de la mañana”. Fuentes municipales confirman que, en esta semana, sólo se ha formulado una denuncia por prescindir de la mascarilla y ninguna por otras infracciones vinculadas a las prohibiciones sociales.
En el segmento textil, varias opciones se hallan en la calle Juan Palma García. Luisa Contreras, dependienta de Ocasiones Rincón, elogia el comportamiento respetuoso de los compradores y, en los días presentes, percibe “el susto de la gente”, sobre todo, “las personas mayores que salen una vez a la semana y le hacen los encargos a los hijos”. El flujo de ventas “está flojo, no es como otros años, pero se ha mantenido”. Como razón alude a “las reformas hechas en el confinamiento” que han generado la necesidad de adquirir “sábanas y ropa textil”.
Coinciden tres hombres en el pasaje Ramón de Francisco. Uno reivindica “medidas más duras” y su primer compañero advierte de que “anoche hubo una boda y ahora otra, la puerta de la iglesia atestada”. El último en sumarse a la conversación aboga por “cerrar Lucena por completo, dos meses, ni negocios ni colegios”. Revela que su mujer, en la tienda que gestiona, “lleva dos días sin ingresar nada y hoy diez euros, para esto, mejor el cierre ya”.
Un joven de 25 años, delante de San Mateo, menciona, como “ejemplo más claro” de que el compromiso cívico “no tiene edad”, las imágenes “en la puerta de Santiago, comuniones y gente sin mascarilla”. Junto a su amigo, de 22 años, critican “el alarmismo” generado por los medios de comunicación. Propugnan “no bajar la guardia” y exponen, discutiendo la excepcionalidad, que “hay otros lugares con situaciones igual de graves que Lucena”.
Tres viandantes habituales de los paseos en la Plaza Nueva demandan, también, “más vigilancia” y, en horarios determinados, acciones más contundentes. Uno desvela que ha recibido insultos por requerir a un “chaval” que usara la mascarilla. Otro se muestra partidario de mantener abiertos los bares pese a contemplar “gente sin distancia que no lleva mascarilla y algunos llenos”. El tercer miembro del grupo asegura que, la noche anterior, “pasó gente a punta pala, a las tres de la mañana, por donde vivo la Plaza del Mercado, esos no venían de trabajar, sino de beber”.
Finalmente, cerca de las 14:00, mientras crece el trasiego en la Plaza Nueva y numerosas mesas de los bares continúan libres, en la esquina de la calle La Villa, dos mujeres de unos 40 años opinan que “algo no hemos hecho bien los lucentinos”. Una de ellas censura la actitud de los ciudadanos: “no creo que esto sea culpa de las autoridades” y razona que, “con tantos casos como hay, no es viable que haya sido un solo foco”. En vez de incrementar la dureza de las limitaciones, apelan a la “solidaridad” y estiman que “si hubiésemos cumplido desde el principio, no estaríamos así ahora”. El reloj se aproxima a las dos e irrumpe por la calle Barahona de Soto, sobre dos patines, a alta velocidad, un chico de unos 18 años, ufano, sin mascarilla, con un dispositivo musical que reproduce una canción cuyo verso principal proclama que Yo soy un bandolero.
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