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La tierra se abrió por efecto de las lluvias y de entre los olivos de Sierra Morena emergieron los restos de un mosaico romano de grandes dimensiones. Ocurrió en febrero del año pasado y provocó una sorpresa mayúscula en el municipio cordobés de Adamuz, donde se desconocía la existencia de este yacimiento, y ha transcurrido un año hasta que los arqueólogos han desvelado su singular significado: un calendario anual, en el que se representan las estaciones y los meses, que, por sus características, supone un ejemplo rarísimo en todo el Imperio Romano y un caso único en la península ibérica.
Los primeros estudios, a falta de pruebas más concretas, permiten datar el mosiaco en torno a los siglos IV y V después de Cristo, como aventura el doctor Sebastián Vargas, perteneciente al Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla y que ha tenido la oportunidad de estudiarlo sobre el terreno. En la investigación participaron Ángel Ventura, del departamento de Historia del Arte, Arqueología y Música de la Universidad de Córdoba, y Alberto Villarejo, doctorando de la Universidad de Sevilla. Las conclusiones, que se han presentado este sábado en Adamuz con motivo de las I Jornadas del Patrimonio, serán publicadas próximamente en una revista científica especializada.
Como han explicado los autores, actualmente son visibles dos sectores del pavimento, lo que sugiere unas dimensiones totales que superan 18 metros cuadrados y que se integrarían en una villa rural, tan frecuentes en la Bética. Para su construcción se utilizaron teselas de piedra, principalmente mármol y calizas de varios colores, así como fragmentos de cerámica. Desde el punto de vista formal, consiste en un gran círculo inscrito en un cuadrado, un esquema "poco frecuente" en la zona, como apuntan los autores.
El marco exterior lo componen varias cenefas, una de ellas de esvásticas, aunque lo más interesante es la decoración figurativa que ha sobrevivido al paso del tiempo y que permanece sobre el terreno -su ubicación concreta nunca se ha desvelado- a pesar de los socavones causados por las escorrentías.
Uno de los dibujos recrea, en un ambiente campestre, a un personaje masculino que sujeta una jabalina en la mano derecha con la que parece alancear un animal, posiblemente una liebre, oculta entre los matorrales. La actitud de movimiento impetuoso del brazo se acentúa con la postura de la pierna derecha, que indicaría que se trata de un jinete aunque el caballo no se ha conservado. El epígrafe que lo acompaña, Autumnus, no deja lugar a dudas en cuanto a la utilización de esta escena como representación del otoño, concluyen los autores.
El otro personaje representado es un hombre, esta vez a pie, con túnica de color rojizo que porta en su mano derecha una percha con pájaros ensartados por el pico y que por sus características podrían tratarse de zorzales; en la mano izquierda parece portar una flor. "Lo más novedoso de esta escena es sin duda la presencia de los cuatro pájaros ensartados", subrayan los historiadores. Delante del personaje se contempla un arbusto y un delfín vertical cabeza abajo. A los arqueólogos, su interpretación le plantea por el momento ciertas dudas, y cuestionan si forma parte de una alegoría o si se configura como un elemento de transición que separa los distintos meses; incluso, sugieren que pueda tratarse de una restauración antigua.
El cazador a caballo, vestido con pantalón largo y camisa de manga larga, sugeriría que se trata de un individuo "de cierto rango social", porque además la caza era una actividad reservada a las élites. Por el contrario, no tienen duda de que el personaje a pie que porta los pajaritos se trata de un criado, pues siempre visten túnicas cortas y, además, los rasgos del rostro e incluso el color de su piel aventuran que podría tratarse de un siervo traído de algún país exótico.
La escena está acompañada del epígrafe Mensis Deceber, es decir, el mes de diciembre, y su actitud corporal, caminando hacia la izquierda del espectador, permite plantear que el personaje que se encuentra al otro lado del delfín, visible solo en parte, pudiera representar enero. Por lo tanto, todo el conjunto -que presumiblemente se encuentra bajo tierra bien conservado- sería un calendario organizado de manera circular en sentido contrario a las agujas del reloj.
En el centro del círculo, que se ha perdido por completo, es posible que, como reflejan otros ejemplos conservados en otros puntos, se encontrara representado el sol, el sol y la luna o lo que los romanos llamaban el Genio del Año, al que se encomendaban como propiciador de las labores del campo, aventuran los historiadores, que destacan que el mosaico de Adamuz "constituye de momento un caso único dentro de la musivaria hispano-romana".
Y es que, destacan, representa los meses y las estaciones no por medio de figuras mitológicas o fantásticas, como era frecuente, sino a través de escenas realistas relacionadas con actividades de la vida cotidiana, en este caso la caza. Y esto también constituye una peculiaridad, ya que lo habitual habría sido ilustrarlo con tareas agrícolas. Son escenas -explican- que se repiten con otro contenido sobre todo por el Norte de África.
Capítulo aparte merecen las inscripciones de los meses del año y de las estaciones, realizadas con teselas de color gris o negro sobre fondo blanco. Las dos que permanecen visibles, Autummnus (otoño) y Mensis deceber (mes de diciembre), incluyen lo que los historiadores han considerado "erratas" del musivario, que aplicó a su trabajo las formas de las palabras propias del latín vulgar.
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