El Donadío: tres décadas de abandono
SANTAELLA
El emblemático cortijo está casi en ruinas · Ninguno de los proyectos de recuperación del edificio ha salido adelante

Hay efemérides que duele recordar, sobre todo si el mero hecho de citarlas produce sonrojo tanto a gobernantes como a gobernados. Un ejemplo de esa situación es el cortijo de El Donadío, en pleno corazón de la fértil campiña cordobesa y que cumple ya tres décadas de dejadez, abandono y, lo que es más grave, desinterés. Este majestuoso edificio, situado en el término municipal de Santaella, fue expropiado a finales de los años 70 del pasado siglo junto con miles de fanegas de tierra de sus alrededores con el fin de modernizar el campo cordobés y acabar con una histórica situación de injusticia social en la comarca. Entonces, su conversión en un inmueble público fue un gesto emblemático, el anuncio de que el ansiado riego, la reforma agraria y el fin del latifundismo andaluz estaban cada vez más cerca.
A los alrededores de El Donadío fue surgiendo una zona regable modélica, el Genil-Cabra, considerada durante muchos años como la más avanzada de Europa. El reparto de tierras se fue haciendo realidad poco a poco, e incluso, con el tiempo, llegó la alta velocidad en forma de línea férrea, que discurre a apenas 500 metros del cortijo. Casi 30 años después, parece que el deterioro del inmueble ha sido proporcional a la modernidad que se ha ido implantando en todo su entorno.
Conocedores o no de la vergonzantes historia moderna de este cortijo, casi nadie que pasa por sus alrededores puede evitar no acercarse hasta sus viejos muros atraído por su magnetismo. Y una vez allí, la pregunta siempre es la misma. ¿Por qué? Apenas hace medido siglo, El Donadío era ya una referencia, no sólo por su estética, sino porque era uno de los grandes centros de trabajo de la zona Sur del término de Santaella. En determinadas épocas del año las tierras de la finca empleaban a más de 200 personas, que incluso pernoctaban en las amplias y modernas instalaciones que, para su tiempo, ofertaba el cortijo. De todo ello fue testigo el último morador que tuvo El Donadío, Fernando Muñoz, conocido en Santaella como Pastor y que pasó muchos años trabajando en la finca. A sus 78 años, Fernando exclama una y otra vez “¡que pena!” cuando pasea por los alrededores de la que fue su casa, hoy convertida en un montón de escombros.
Los muros del vetusto cortijo resisten “porque está muy bien hecho y estuvo mucho tiempo muy bien cuidado; sus antiguos dueños no permitían ni un desconchón en las paredes y exigían que todo estuviera perfectamente”, comenta Pastor, quien recuerda además que El Donadío disponía “de agua potable en todas las dependencias, luz eléctrica e incluso cuartos de baño en las casas de los empleados, algo que no había ni en otros cortijos ni en incluso algunas casas de Santaella”. De hecho, aún quedan restos de la vieja tubería que porteaba el agua desde el pozo de La Pachanga hasta el cortijo.
Una vez allí, poco cuesta imaginar cómo sería la agitada vida de la finca, con una actividad perfectamente organizada y un sinfín de hombres del campo trabajando “en la remolacha, en el trigo, segando garbanzos o en la viña que había ahí en lo alto del cerro; aquí había trabajo casi todo el año”, indica Fernando Muñoz mientras muestra otra de las casas en las que “mi mujer Brígida y yo vivimos también un poco de tiempo”. Entristecido, recuerda que aquí venía gente a trabajar de Puente Genil, Marinaleda y de Écija, ya que la familia Cárdenas, dueños del cortijo eran de allí”.
El visitante que llega al cortijo se encuentra con un inesperado guía turístico, José del Río, un ganadero de La Montiela cuyos animales ocupan la finca desde hace años, una actividad que, según afirma, ha espantado a los amigos de lo ajeno que ansían llevarse enseres del inmueble. “Aquí hemos sorprendido a algunos robando tejas y otros utensilios, y no se llevan más porque estoy yo aquí”, comenta José mientras que con su hija Eva se dedica a “arrimar” comida al ganado.
Tras atar a los perros, Del Río comenta con Fernando los tiempos pasados en El Donadío, “cuando esto era una joya”, sentencia José mientras ofrece su particular lección de historia sobre el tinahón y el pajar del cortijo, “que presentan unos arcos de gran belleza y que, en mi opinión, pudieron ser tiempo atrás algo parecido a una ermita”, comenta el ganadero. Los dos señalan con el dedo donde estaban el comedor, el señorío, el patio, las cocinas, recordando cómo era lo que ahora sólo es escombro.
En estos 30 años de dejadez, muchas son las ideas que se han planeado para revitalizar este conjunto arquitectónico, desde una Escuela Provincial de Medio Ambiente a un complejo hotelero, un centro de equitación o una granja escuela. Mucha imaginación y nulo compromiso, resume lo que ha sido el debate sobre El Donadío en estas tres décadas. Este emblemático cortijo, santo y seña para varias generaciones de santaellanos, ha logrado sobrevivir a la negligencia del extinto Iryda, la Consejería de Agricultura o el propio Ayuntamiento, pero ¿hasta cuándo?
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