Molinos, fuentes, tenerías... Montoro redescubre el legado histórico que le une al Guadalquivir
Alto Guadalquivir
El Ayuntamiento promueve la protección del monumental paraje de la Fuente de la Oliva y de los molinos harineros, vestigios de cuando el Guadalquivir era vital en el día a día de los vecinos
Durante siglos, el Guadalquivir ha sido una pieza clave para el día a día de miles de cordobeses. La limpieza de la ropa, la molienda del grano o el transporte de materiales de todo tipo no pueden entenderse sin el río. Y en Montoro, una localidad literalmente abrazada por el curso de agua, esta convivencia dejó con el paso de los siglos un amplísimo patrimonio de dimensiones monumentales que ve pasar el tiempo sin ningún tipo de protección. Ahora, el Ayuntamiento ha impulsado su catalogación como Bien de Interés Cultural (BIC), una figura que será el primer paso para su paulatina recuperación.
En una reunión celebrada esta semana, la alcaldesa montoreña, Ana María Romero (PSOE), ha entregado a la delegada de Cultura de la Junta de Andalucía, Cristina Casanueva, un amplio expediente que profundiza en este vasto legado desgastado por los años. Hay antiguos molinos, fuentes monumentales, aceñas y tenerías.
De todos estos vestigios, el paraje de la fuente de la Oliva es el de mayor valor, según explica el cronista oficial del municipio, José Ortiz. Desde el punto de vista patrimonial, destacan el propio surtidor y abrevadero, de dimensiones monumentales, el molino de las Ventillas, las noquetas de la antigua tenería excavadas en la roca y la llamada tumba del Pastor. “Es uno de los atractivos turísticos más reclamados desde la orilla opuesta del pueblo, y merece una especial protección”, destaca Ortiz en un amplio informe.
De la histórica fuente de la Oliva se tiene constancia desde 1520, cuando es citada por primera vez en las actas capitulares, según el historiador Rafael Córdoba de la Llave. “La belleza del lugar en que está enclavada, junto a la margen derecha del Guadalquivir, con la población al fondo, la calidad de la talla de los sillares y el original diseño que presenta, con escaleras dispuestas detrás de los caños para acceder a tomar el agua, la convierten en una de las fuentes de mayor relieve de la provincia”, subraya el profesor.
Aunque, según el cronista oficial, todo parece indicar a que, en un principio, la composición de la fuente no era como hoy en día se conoce, pues los documentos históricos atestiguan que se ejecutaron importantes obras a principios del siglo XIX. En concreto, en 1802 comenzaron a realizarse diligencias para averiguar dónde se encontraba el venero, cómo se podía recoger la mayor cantidad de agua y los gastos que estas labores ocasionarían al municipio. Se invirtieron 27.190 reales y 28 maravedíes y el conjunto debió de quedar como ahora se encuentra, con cuatro monumentales pilares que vierten el agua a un gran abrevadero de piedra molinaza, que da ese color tan singular al municipio.
En las inmediaciones de la fuente, al menos desde fines del siglo XV o principios del XVI, debió instalarse la primera curtiduría que existió en el antiguo Montoro. Tras el deshidratado de la piel, los artesanos proseguían su ocupación con los denominados trabajos de ribera, que debido a los olores desagradables propios de la descomposición de los restos de pelo, carne y sebo que desprendía el curtido de la piel se hacían a las afueras de los municipios.
La Real Chancillería de Granada conserva un documento de 1506 en el que ya se citan las tenerías montoreñas; en concreto, aborda la discordia suscitada en torno a su propiedad entre dos vecinos. Se sabe además que en 1619 pertenecieron a otro particular, Antón Sánchez, que a su muerte las legó al hospital de la Santa Caridad de Jesucristo, aunque el disfrute del usufructo quedó en provecho de su mujer hasta su muerte; a cambio, "el hospital quedaba obligado a rezar por las almas de su familia y herederos", como explica el cronista oficial. A finales del siglo XVIII aún permanecían en funcionamiento estas instalaciones, como atestigua un mapa existente en la Biblioteca Nacional y como dejan constancia las declaraciones fiscales que se llevaban a cabo sobre los cueros producidos en Montoro y comercializados a otros lugares.
¿Y qué se conserva de toda esta industria primitiva? En la parte delantera de la fuente de la Oliva existen unas piletas que sirvieron con toda probabilidad de noquetas para la curación y curtido de los pellejos de la tenería, cuyo edificio estuvo en pie hasta poco después de la Guerra Civil, explica José Ortiz.
A espaldas de la fuente, se conservan los restos de otra edificación que también tuvo que ser fundamental para el día a día de los montoreños. Se trata del molino de las Ventanillas, un ejemplo de molino harinero frecuente en los cursos de los arroyos, y raro en las inmediaciones del Guadalquivir. Son escasas las referencias históricas que se tienen de la instalación, aunque sí se conserva el documento que acredita su construcción en 1772 para la obtención del grano para el pan. Cuando el caudal no era suficiente para hacer girar las muelas, se optaba por la construcción de una presa destinada a embalsar las aguas necesarias. Fue lo que aquí se hizo a principios del siglo XIX.
El cuarto y último elemento patrimonial de la zona que opta a convertirse en BIC es lo que los montoreños llaman la tumba del Pastor, aunque ni es una tumba ni perteneció a pastor alguno. El cronista oficial cuenta que así se llama a una antigua construcción descubierta por un médico de donde brotaba agua medicinal. “En la actualidad es una impresionante obra de cantería subterránea donde se aloja el surtidor natural de la fuente de la Oliva. Es un conjunto arquitectónico que posiblemente tenga más antigüedad de la que se habla, por lo que convendría un estudio más pormenorizado”, propone José Ortiz.
Las paradas harineras
Conforme Montoro creció y ganó habitantes, el Guadalquivir se convirtió en un elemento clave para la alimentación de la población, como lo atestiguan los abundantes restos de molinos que perviven, algunos en mejor estado de conservación que otros, a lo largo del curso del río. En la localidad llegaron a funcionar ocho molinos harineros movidos por el agua o aceñas, que aprovechaban la corriente que el pronunciado meandro encauza hacia la orilla oeste. Estas paradas, aún ahora, son conocidas como Vega de Armijo, Fernando Alonso, Nuevas de San Cristóbal, San Martín, Cascajar, Las Monjas, Aceñuelas y de la Huerta Mayor.
También es intención del Ayuntamiento lograr la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC), lo que convertiría todo el cauce en un gran polo patrimonial y cultural como complemento a los lugares de interés que ya se pueden visitar en el conjunto histórico artístico. El expediente propuesto por José Ortiz, cronista oficial, plantea no obstante comenzar con la protección de los conjuntos de los que se tiene constancia desde el siglo XV.
Un pleito interpuesto entre los transportistas de pinos de la sierra de Segura y los molineros de harina del Guadalquivir permite revivir cómo sería el Montoro de aquel momento. "Porque, gracias a este documento, sabemos que en este periodo existían en el cauce del Guadalquivir las aceñas de Juan Mexia de la Cerda, Hernando Alonso, Parada de Arriba y Parada de Abajo", explica José Ortiz. Ya en el siglo XVI, se tiene evidencia de seis de los ocho conjuntos conocidos y, transcurrida la Guerra de la Independencia, el Ayuntamiento da cuenta a la Intendencia de cinco paradas en uso.
La de mayor relevancia histórica de todas es la del Cascajar, conocida desde 1481. Hay constancia de cómo las distintas piedras del molino pasan de propietario a propietario a lo largo de los siglos, con algunas historias curiosas. A finales del siglo XVI, Juan Ortiz, un personaje influyente en el élite local de la villa, lega a su mujer parte del molino con la condición de que si contraía segundas nupcias perdía la propiedad de todo. "El desheredamiento de la mujer en caso de casarse tras la muerte del esposo era una práctica común en época medieval y moderna en las clases más pudientes, ya que era la garantía de que personas ajenas a la familia no podían disgregar la fortuna legada entre los miembros de un mismo linaje", explica el cronista oficial montoreño.
La siguiente de las paradas en el margen izquierdo del río es la conocida de las Monjas. La denominación hace referencia al convento cordobés de Santa Clara, ya que las religiosas eran copropietarias de estas instalaciones a mediados del siglo XVI. Este conjunto de molinos se conocen desde 1555, con objeto del subarriendo que se concertó entre Antón López y Juan Ruiz, dos particulares, de la piedra de adentro que el primero tenía alquilada de forma vitalicia por las monjas. El alquiler fue convenido por cuatro años, en los que estaba obligado a satisfacer anualidades de 11 medidas de trigo puro y debía de apretar las alcantarillas del conjunto tras las crecidas del Guadalquivir.
Las aceñas de los Castillos, de Abajo o de las Aceñuelas, las últimas que ahora se quieren proteger, son las que en la actualidad se conservan bajo el Puente Mayor. Las primeras noticias que se tienen sobre estas instalaciones datan del 3 de enero de 1563, cuando se produce el arrendamiento de las mismas de parte del licenciado Juan Gómez Madueño en representación de los demás integrantes del señorío. El último año del siglo XVI tiene lugar la contratación de un molinero de pan para que atienda los trabajos de las aceñas por dos años y se encargue de los materiales y la maquinaria. Es el periodo histórico del que procede el nombre de estas instalaciones, pues el apellido Castillo predominaba entre sus propietarios, como un trabalenguas: estaban Antón Fernández del Castillo, Andrés del Castillo, doña Catalina del Castillo, hija de Bartolomé del Castillo, y Pedro del Castillo y Rabe.
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