Naturaleza herida de muerte

WWF lleva a cabo experiencias piloto en varias fincas de Los Pedroches para fomentar el olivar ecológico de montaña y para frenar la desaparición de la dehesa

1. Una encina enferma en La Pandera, donde WWF ha hecho una siembra de bellotas. 2. Dehesa de Santa María, una de las mejor conservadas de Los Pedroches. 3. Integrantes de WWF y expertos observan los primeros resultados de la experiencia piloto. 4. Francisco Serrano, en su olivar de la Solana del Candalar. 5. Producción de jabón artesanal en la cooperativa Olipe.
Ángel Robles

13 de octubre 2014 - 05:01

La dehesa y el olivar de montaña están heridos de muerte. Los agricultores y los vecinos de las zonas rurales lo advierten desde hace años, pero el grito de alarma lo acaba de dar ahora la asociación conservacionista WWF. "Si no se actúa de forma inminente, se perderán cuatro millones de hectáreas, el equivalente a la superficie de Extremadura", advierte la portavoz del colectivo, Lourdes Hernández. Esto afectaría gravemente -asegura- a la economía de muchas zonas rurales, que ofrecen productos tan característicos como el jamón ibérico y el corcho y a unos ecosistemas de gran valor natural que albergan especies como el águila imperial, el buitre negro o el lince ibérico.

Para mostrar que esta situación se puede revertir, WWF ha puesto en marcha en toda España varias acciones piloto en colaboración con los sectores afectados en el marco del proyecto Sistemas de alto valor natural: una oportunidad para el desarrollo sostenible del medio rural, financiado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente y el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (Feader). En la provincia, estas acciones se centran en olivares de montaña y en dehesas de Los Pedroches, donde WWF quiere mostrar que, bien gestionados, estos ecosistemas podrían ser "ejemplos modélicos" de la alianza entre la agricultura y el medio ambiente.

En la finca La Panadera, en Pedroche, las piaras de cerdos y el vacuno buscan alimento entre encinas centenarias. Las distancias entre árbol y árbol, sin embargo, cada vez son mayores. El ganadero Rafael Muñoz pone fecha de caducidad a su sustento: 20 años. "Se muere una media de un árbol cada año, y la densidad es de sólo 20 ejemplares por hectárea, cuando lo ideal serían 60", advierte. Así que la esperanza de vida del ecosistema es de apenas dos décadas. Precisamente ésta es una de las fincas donde WWF lleva a cabo un proyecto piloto para intentar alargar la vida de la dehesa.

Los pasados meses de marzo y abril, con la supervisión de la investigadora del Ifapa de Hinojosa del Duque María Dolores Carbonero, se practicó una siembra de 150 bellotas en esta finca de 120 hectáreas. La supervivencia ha sido del 70% y los brotes crecen ya protegidos por mallas metálicas para evitar convertirse en pasto de los animales. "Hay un consenso generalizado en que el cuello de botella de la dehesa ha estado en el ganado", explica Carbonero, que acumula una década de estudios de este sistema de alto valor natural.

La portavoz de WWF profundiza en las causas de la desaparición de la dehesa. Aparte de la baja rentabilidad -con la cría de más cabezas de ganado de lo que este frágil ecosistema puede resistir-, Lourdes Hernández hace hincapié en que la renovación natural del arbolado se ve muy comprometida por la ausencia de ejemplares jóvenes y por el decaimiento de los quercus desde principios de la década de los 90. "Hay una enorme mortalidad en el Sur de España y en Portugal, que se atribuye a lo que se ha denominado seca. Tenemos que dejar de utilizar este término, ya que no constituye una patología en sí mismo, sino que los árboles mueren por causas muy diversas", explica. A todo esto, habría que sumar una cuarta y quinta causa: el cambio climático y la "falta de apoyo público e institucional" no sólo económico, sino también mediante un marco normativo.

"Los ganadores y los agricultores somos una parte fundamental para la supervivencia de la dehesa, pero necesitamos ayuda", advierte Rafael Muñoz. "Si una persona que no conociera este ecosistema quisiera criar corderos, cerdos o terneras, al final terminará diseñando una dehesa", argumenta. Y advierte de lo preocupante de la situación en Los Pedroches: "En la parte Oeste, ya ha desaparecido; en la zona central, tiene de 30 a 40 años de vida, mientras que en el Este se ha conservado mejor y podría llegar a los 80 años".

WWF ha publicado recientemente el documento Dehesas para el futuro: recomendaciones de WWF para una gestión integral. En este informe, la organización describe el problema y, sobre todo, ofrece una serie de recomendaciones concretas de gestión integral de las explotaciones, para ordenar los usos y aprovechamientos y hacerlos compatibles con la renovación del arbolado y la conservación de la biodiversidad. La organización subraya que la ganadería extensiva representa un papel protagonista en la formación, aprovechamiento y mantenimiento de este sistema, y que también puede desaparecer con todo lo que ello conlleva en zonas como Los Pedroches.

El otro gran amenazado es el olivar de montaña. No todos los olivares andaluces ofrecen los mismos beneficios sociales ni para el medio ambiente. En este sentido, el colectivo conservacionista llama la atención sobre el futuro incierto de este ecosistema, que representa el 24% de la superficie total del cultivo. "Con las prácticas adecuadas, contribuye al mantenimiento de la biodiversidad, evita la fragmentación del territorio, ofrece un paisaje de calidad y lleva asociadas prácticas que conservan los suelos y evitan la contaminación de las aguas", explica el coordinador de Agricultura en Andalucía de WWF, Felipe Fuentelsaz.

En el conjunto de la comunidad autónoma, el olivar ocupa una superficie de 1,5 millones de hectáreas y representa el 17% de la superficie total de la región. Además, desde el punto de vista social, genera el 30% del empleo agrario en Andalucía, de vital importancia en la fijación de la población local, subraya Fuentelsaz.

En el marco de su proyecto, WWF trabaja de la mano de la Olivarera Los Pedroches (Olipe), que también apuesta por la producción ecológica para el desarrollo de buenas prácticas asociadas al cultivo, como las experiencias piloto de fertilización orgánica con compost de alpeorujo, procedente de la planta de compostaje de la propia cooperativa o el picado e incorporación al suelo de los restos de poda del olivar. Las Jornadas sobre Buenas Prácticas Agrarias en Olivar, que se han celebrado en Pozoblanco los días 7 y 8 de octubre, han profundizado precisamente en este tipo de prácticas.

El gran enemigo del olivar de montaña es la "bajísima rentabilidad", reconoce el presidente de Olipe, Juan Antonio Caballero. La utilización de maquinaria pesada es muy limitada, por lo que los costes de producción aumentan", explica. A esto se suma la necesidad de mano de obra y la menor producción. La ecuación tiene una solución: el abandono de las técnicas tradicionales y, por extensión, de estos terrenos.

En los olivares de otras regiones más intensivas, como Jaén y el Sur de Córdoba, donde las pendientes son más favorables, se producen las mayores tasas de erosión de la Unión Europea, advierte WWF, y representa uno de los cultivos que más agua consume en la cuenca del Guadalquivir, a pesar de ser tradicional de secano. "En la actualidad, el olivar de montaña está experimentando una grave crisis, debido fundamentalmente a la competitividad económica limitada, que pone en riesgo su continuidad", advierte Fuentelsaz. El abandono de esta actividad causaría una multitud de efectos negativos no sólo desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista social, ambiental y cultural, añade.

WWF lleva años instando a las administraciones un "justo" reparto de las ayudas públicas que fomenten la competitividad de estas explotaciones y que estén basadas en el principio de "pago público para bienes públicos". En esta idea también incide el presidente de Olipe: "Los beneficios que aportamos a la sociedad no están compensados. La Política Agraria Común (PAC) no lo refleja, y la Junta de Andalucía ha reducido su cuota en un 60% en el nuevo Plan de Desarrollo Regional, con vigencia hasta 2020. Le han dado el rejón de muerte a este tipo de cultivo". Y ello pese a que -como sostiene Caballero- el cultivo ecológico "no es el futuro, es el presente". Por cada hectárea de olivar ecológico, la Junta ayuda a los agricultores con 148 euros, cuando hasta ahora la subvención era de 270. La cifra actual dista mucho de la existente en Castilla-La Mancha, que asciende a 260 euros por hectárea, y mucho más de la establecida en Murcia, de 400 euros. "Me da pena que el esfuerzo no tenga compensación", lamenta Caballero, que al frente de Olipe ha puesto en marcha una planta de compostaje para nutrir a los cooperativistas de abono orgánica o una planta de energía fotovoltaica. También ha iniciado un proyecto para la comercialización de jabón manufacturado con aceite de oliva virgen de la cooperativa.

Olipe cuenta en la actualidad con 835 socios que trabajan 12.000 hectáreas de olivar, 8.000 de ellas de tipo ecológico. Uno de ellos es Francisco Serrano, propietario de la finca Solana del Candalar, en Pozoblanco. Sus 32 hectáreas acogían antes un olivar convencional, que decidió reconvertir en ecológico en 1996: "Me pillaron todos los años de sequía y no veía claro el futuro del cultivo tradicional", explica el cooperativista. "Ahora me motiva toda la finca. Está bonita, hay mucha fauna, veo vida y disfruto", dice. Tanta vida que uno de los principales problemas a los que ahora se enfrenta viene dado por las ciervas: "Bajan de los montes cercanos y se comen las aceitunas de las ramas más bajas", detalla.

En este punto de Los Pedroches, el olivar se convierte en una extensión del bosque mediterráneo. Jorge Bartolomé, project manager de WWF y experto en aves es capaz de escuchar 12 cantos distintos, entre los que se encuentran el herrerillo común y el capuchino, el escribano soteño -un insectívoro que ayuda a controlar las plagas- o la curruca rabilarga. También hay zorzales -grandes enemigos de los olivares porque devoran el fruto-, aunque no estorninos, una especie propia de entornos donde la actividad del hombre está más presente. A escasa distancia, en un olivar convencional, Bartolomé apenas es capaz de identificar seis especies, entre las que sí está el estornino.

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