Rafael Calero lleva al teatro los últimos días del desaparecido convento de San Alberto de El Viso

Los Pedroches

Estructurado en dos actos, el libro sigue los pasos del conocido como Padre Escalera tras la desamortización de Mendizábal y recuerda el origen de 'Los coloquios de la infancia de Jesús'

Una ruta por las ermitas de El Viso

La representación en Alcaracejos de 'Los coloquios de la infancia de Jesús', en fotografías

Rafael Calero, Juan Díaz y Francisco Valverde. / El Día

El Museo de los Reyes Magos de El Viso ha sido el escenario elegido para la presentación de La luz de San Alberto, una obra de teatro escrita por Rafael Calero que reivindica el patrimonio histórico y cultural de este municipio de Los Pedroches. Estructurada en dos actos, la historia arranca con la misteriosa aparición del diario de un fraile franciscano entre los muros de una casa viseña. Este será el punto de partida para rememorar los convulsos momentos vividos en el interior del ya desaparecido convento franciscano de San Alberto del Monte a causa de la ley desamortización de Mendizábal de 1835.

Los exclaustrados franciscanos, tras ser acogidos en El Viso, mostrarán su gratitud al pueblo organizando la representación teatral La infancia de Jesucristo, tradición que se ha mantenido desde entonces hasta hoy y que se ha convertido en una seña de identidad, ampliamente reconocida por su aportación a la cultura y al folklore popular y que cuenta con la declaración de Fiesta de Interés Turístico de Andalucía.

"Este texto, lleno de acción y momentos sorprendentes, está basado en hechos y en personajes reales y recupera parte de la historia de un convento edificado con restos de materiales de una ciudad romana que existió muy cerca", explicó el autor durante la presentación de la obra en la tarde del sábado en el marco de la Feria del Libro de El Viso. Calero estuvo acompañado por el alcalde, Juan Díaz, y el profesor de Historia de la Universidad de Córdoba Francisco Valverde Fernández.

"La idea de este libro llevaba bastante tiempo rondando mi cabeza. Tenía guardados apuntes y anotaciones desde hacía muchos años y, aprovechando los meses de parón del confinamiento, tiempo en el que sé que a muchos nos dio por hacer cosas raras, me puse a hilvanar finalmente esta historia", explicó Calero. "He pretendido ser un intermediario entre dos épocas, el pasado en el que sucedió esta historia y nuestro presente. Como no puede ser de otra manera, ambos momentos tienen una estructura social y un sistema de creencias muy diferentes. Persiguiendo esta meta, he realizado una especie de inmersión imaginaria en el tiempo que me lleva a introducirme casi directamente en la etapa más convulsa que vivió nuestro convento", explicó.

La historia hace viajar al lector a los días previos al cierre definitivo del cenobio. Y, para ello, el vehículo que utiliza el escritor es la supuesta narración del diario de un fraile que pertenecía a esta comunidad, el popularmente conocido como Padre Escalera, algunos de cuyos enseres personales, cartas y escritos se sabe con certeza que fueron encontrados por casualidad en su casa de El Viso durante una reforma, aunque todos estos documentos están ahora desaparecidos.

A través de las páginas, Rafael Calero hace conocer las intrigas, con alguna nota de humor, para "revivir aquella tensa atmósfera llena de acción que desgraciadamente debió padecer la pequeña comunidad franciscana antes de su cierre y de su disolución definitiva". Por último, las páginas dejan constancia de cómo estos religiosos, refugiados en El Viso, emprenden un proyecto con el que consiguieron que la labor evangelizadora de su orden permaneciese para siempre en el municipio: Los coloquios de la infancia de Jesús.

El "esplendoroso milagro" de la luz de San Alberto

Como explicó Rafael Calero, en la historia del convento de San Alberto se entremezclan las leyendas medievales y la tradición, aunque "no por ello deja de ser menos cierta". La dejó escrita un fraile muy respetado por la orden franciscana llamado Fray Andrés de Guadalupe en 1612. El religioso relata que junto al convento, hacia el siglo III, existió una gran y populosa ciudad romana y, en ella, fue obispo un clérigo llamado Alberto. Se trata de unas fechas en las que el cristianismo era cruelmente perseguido, pues su doctrina atentaba directamente contra el paganismo politeísta mayoritario entre la población hispanorromana.

El obispo Alberto fue martirizado y enterrado en la colina donde todavía hoy se ven las ruinas del monasterio. Según la crónica del religioso, muchos siglos después de estos hechos, en 1380, en el cielo de Los Pedroches sucedió un fenómeno realmente extraordinario que se recuerda como "el esplendoroso milagro de la luz de San Alberto". Lo que ocurrió fue que, durante continuadas noches, desde el lugar donde ahora están los restos del cenobio se proyectaron hacia el cielo unas extrañas luces "de singular fulgor y hermosura".

De acuerdo a la crónica de Fray Andrés de Guadalupe, los vecinos de muchas aldeas de la comarca, asombrados, decidieron finalmente acercarse hasta el lugar, donde descubrieron que las luces brotaban de la tumba donde en el siglo III fue enterrado el obispo mártir San Alberto.

"Este espectacular acontecimiento debió impactar de tal manera que ese mismo año se erigió una ermita", relató Calero. Las crónicas cuentan que, además, San Alberto muy pronto empezó a obrar milagros, con lo que enseguida creció el fervor por su devoción. Tanto fue así que en 1504 Gonzalo Mexía, II Señor de Santa Eufemia, edificó un convento en su honor sobre el mismo lugar donde estaba la antigua ermita, utilizando para ello los materiales que quedaban de la antigua ciudad romana.

Este cenobio estaba incluido en la provincia franciscana de Los Ángeles, por lo que lo habitaron monjes franciscanos venidos del vecino convento de los Cinco Mártires de Marruecos de Belalcázar. Estuvo en vigor durante más de tres siglos, justo hasta entrado el siglo XIX, momento en que se vio afectado por un decreto de exclaustración que lo condenó a su cierre y por una ley desamortizadora posterior que provocó su "expolio completo", lamentó Calero.

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