Por San Andrés, el mosto en Moriles vino es
Campiña Sur
El 30 de noviembre se celebra la Fiesta del Vino Nuevo, en la que por fin pueden catarse los caldos de la nueva cosecha, la del coronavirus, de calidad excepcional
Seis paradas para brindar: San Jerónimo, Nuestra Señora del Rosario, Doblas, San Pablo, El Monte y Lagar de Casablanca
Es San Andrés y el mosto, en Moriles, vino es. Lo dice el refrán y es una verdad: las bodegas del municipio cordobés brindan este lunes, 30 de noviembre, con los primeros vinos frescos del año, listos para catar, listos para celebrar, quitapesares para estos tiempos de incertidumbre. “El microclima, la altitud y nuestras tierras dan como resultado vinos singulares por su alta calidad, por la tonalidad de su color natural y peculiar, amarillo verdoso, su intensidad de aroma, su amplio despliegue en boca y su largo y grato recuerdo”, invita a descubrir con orgullo Cristóbal Luque, gerente de la Asociación de Bodegas de Moriles, un colectivo que reúne a seis productores del municipio cordobés, hermano menor –por población- de Montilla, y que lucha desde su constitución en 2018 por situarse a la vanguardia con una mezcla de tradición e innovación.
Montilla y Moriles, Moriles y Montilla no son limítrofes. Y la Denominación de Origen que las vincula, Montilla-Moriles, bien podría haberse llamado Moriles-Montilla, pues los pagos de Moriles Altos, clasificados de calidad superior para el cultivo de la vid por el Consejo Regulador, representan el 90% de todo su término municipal. Desde el vértice geodésico del Majuelo, a 425 metros de altura sobre el nivel del mar, la localidad se desparrama rodeada de viñas, ahora en proceso de poda. Los troncos leñosos desnudos, enredados en espaldera o en vaso, a ras de tierra, dejan en estas fechas al descubierto el terreno blanco –o albarizo, como se le denomina- que hace a estos caldos únicos.
“Se dice que son vinos más horizontales, elegantes, de largo recorrido, que andan menos que otros de la zona, es decir, de evolución más lenta, muy estables y de gran comportamiento y garantía en las botas”, explica Luque. Este lunes, 30 de noviembre, San Andrés, una festividad marcada en rojo en el calendario de los productores, manda la tradición que se haga el primer brindis. El cierre perimetral impide llegar ahora mismo a la antigua aldea de Zapateros, nada que no puedan solventar las nuevas tecnologías –muchos de los productores aceptan pedidos por internet-, aunque también existe la posibilidad de buscar en el calendario algún otro santo más tardío para hacer una ronda por sus bodegas cuando el coronavirus lo permita.
Hay varias opciones para llegar a Moriles por carretera, aunque si lo que se busca es vid nada como tomar la A-3132 desde Aguilar de la Frontera. Es estrecha y sinuosa, y precisamente por eso hay que levantar el pie del acelerador. En sus algo menos de 12 kilómetros, la carretera zigzaguea entre antiguas vides y olivares cargados de fruto, dejando a un lado y a otro antiguos lagares, cortijadas blancas y viejas casas de labor plantadas en una campiña que en estos días se viste con los colores cálidos del otoño. Es un viaje lento bajo un cielo amplio y cambiante.
Por el espejo retrovisor, Aguilar se aleja y, al frente, la torre que corona Monturque revolotea de vez en cuando sobre los cultivos. Van quedando atrás las casas de la Concepción, el lagar de Santiago, el de los Donceles… En el último tramo, la carretera se empina y el suelo se vuelve más blanco, casi del color de la nieve. Se tarda apenas un cuarto de hora, pero el recorrido es mucho mayor, una inmersión en el origen de este municipio joven y laborioso que nació precisamente de una concentración de 13 lagares con una capacidad de 15.000 arrobas, alrededor de los cuales empezaron a asentarse las familias y los trabajadores, que se agrupaban para la cosecha de la uva.
En 1818 se construyó en el lugar la parroquia, llamada de San Jerónimo, nombre de la primera cooperativa, y en 1860 se contaban 97 casas -los lagares eran ya 16, porque el vino siempre ha sido la razón de ser de esta tierra-. En 1890, Zapateros -llamado así por los insectos acuáticos que abundaban entonces- era un notable núcleo de población que formaba pedanía del Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera. Se independizó en 1912, y entonces nació Moriles. Ahora son 3.717 habitantes y tres millones de litros de mosto anuales.
“La tradición y la riqueza lingüística de Andalucía hace que en nuestra DO Montilla-Moriles sea frecuente identificar el vino del año como vino fresco, mosto-vino, vino nuevo o vino de tinaja, que en Moriles presentamos cada año en la Fiesta del Vino Nuevo, por San Andrés. Suelen ser la base de los generosos”, profundiza Luque. La cosecha de 2020, la del covid-19 y las mascarillas, ha sido excepcional “a pesar de algunos ataques de mildiu que los viticultores supieron atajar a tiempo”. “La maduración fue buena igualmente porque el calor frenó su intensidad al final del verano y se consiguió que el fruto evolucionara de manera correcta”, detalla. Y ahora llega San Andrés y el mosto vino es, aunque la fiesta de presentación haya tenido que ser anulada por culpa del coronavirus.
Moriles no se ve hasta que uno ha llegado a Moriles. Da igual cuál sea el camino, desde Aguilar, Monturque o Lucena, porque dos tinajas blancas te reciben de repente con un lema que es una declaración de intenciones y una invitación: “Moriles, cuna del vino”. Ya no hay escapatoria. Solo queda brindar.
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