Los dulces fogones de Santa Clara

Montilla

La comunidad de clarisas franciscanas celebra el III Día del Dulce Conventual, su principal sustento

Varias personas compran los dulces elaborados por las clarisas
Varias personas compran los dulces elaborados por las clarisas / A. Robles

Hay un convento de Santa Clara espiritual, místico, de pureza franciscana y orgullosa sencillez. Y otro convento de Santa Clara de exuberancia barroca, esculturas doradas, altares churriguerescos y cierta glotonería. Ambos se dan la mano con motivo del tercer día del dulce monástico, una jornada en la que la comunidad de clarisas franciscanas de Montilla, de clausura, abre sus puertas y exhibe algunas de sus numerosas joyas.

Las principales en esta ocasión, por supuesto, las gastronómicas: un surtido de casi 20 dulces amasados, horneados, ideados en los fogones del cenobio con un recetario que, en ciertos casos, tiene siglos de antigüedad.

"La venta de dulces significa nuestra existencia de todo el año", confiesa tras el mostrador, casi escondida tras las cajas blancas, la hermana abadesa, María Jesús Blanco. La "casa" –como se refiere al apabullante complejo religioso, uno de los más ricos de la provincia, con varios patios, capillas y centenares de obras de arte– se construyó en 1525. "Cada año reservamos una parte del dinero ganado con la venta de los dulces para la renovación del convento y otro lo guardamos en el banco para las jubilaciones de las hermanas", explica. El gasto diario, por supuesto, también procede del negocio repostero.

La hermana abadesa, María Jesús Blanco
La hermana abadesa, María Jesús Blanco / A. Robles

La comunidad la integran 15 hermanas. La mayor ya ha cumplido 95 años y las más jóvenes, todas de Kenia, rondan los 35. "Así que cuando llega agosto, y las ventas caen, estamos con la soga al cuello", dice la abadesa con angustia, pero sin perder la sonrisa. Hasta principios de los 80 del pasado siglo XX, la elaboración de dulces entre los muros era casi un hobby. Las monjas utilizaban hornos de leña, vendían algunos surtidos y, sobre todo, los repartían entre "los bienhechores".

El nacimiento como empresa

Los problemas económicos llevaron a la comunidad a constituirse en empresa. Modernizaron la cocina, instalaron hornos eléctricos y empezaron una formación que todavía continúa. "Hemos viajado a Zafra, Llerena o Estepa para aprender nuevas recetas", dice la abadesa, quien se reconoce "muy exigente" antes de poner los dulces a la venta. Tanto que, en una suerte de rudimentario espionaje comercial, envía a voluntarios "a otros sitios para comparar".

"Así vamos perfeccionando", resalta la abadesa, quien se dice entristecida por que la juventud muestre escaso interés por todo lo relacionado con el convento. ¿Quizás los millennials prefieran otros productos, como los donuts? "Si a mí también me encantan. ¡Pero se creerán que los vamos a dejar aquí dentro!", se ríe.

Esta Navidad, la principal novedad es la almendrada de chocolate. Están, por supuesto, las yemas de Santa Clara, las magdalenas, las tortas de aceite, los alfajores o las tejas de almendra, auténtico orgullo de la comunidad –ostentan el primer premio del Concurso de Repostería Villa Cervantina de Castro del Río-. También hay roscos de vino, rosquitos de yema, perrunillas, sultanas, mantecados, galletas de nata, nevaditos, hojaldrinas…

Variedad de dulces

Esta Navidad, la principal novedad es la almendrada de chocolate

Un cartel donde reza el emblema Paz y bien señala el sitio donde las monjas, a diario, atienden a los clientes. Aunque, con motivo de este III Día del Dulce Conventual, las cajas salen al compás de entrada al cenobio, que acoge un mercadillo de artesanía montado por la asociación Solano Salido.

Un tesoro artístico

La programación de la jornada incluye también visitas guiadas a la colección artística y entrada libre a la iglesia.

En el interior del templo, tras la reja del coro bajo, algunas joyas que rara vez se exponen al público. Como El Dormidito, un niño Jesús de mediados del siglo XVIII en madera tallada y ropaje barroco, bordados dorados y corona de filigrana que, en un trono labrado, se sujeta la cabeza mientras echa una siesta.

El Dormidito, un niño Jesús de mediados del siglo XVIII
El Dormidito, un niño Jesús de mediados del siglo XVIII / A. Robles

"De alguna manera, representa la sencillez de Cristo niño, tan importante para los franciscanos", explica Juan Casado, voluntario y técnico de Cultura del Ayuntamiento de Montilla. Las hermanas solían incluir en la dote estas figuras, verdaderas joyas, cuando ingresaban en el convento. O un San Juan Bautista niño, de José Risueño, de principios del siglo XVIII; o un Belén en miniatura de la misma época del sevillano Cristóbal Ramos.

Y, ante el impresionante altar mayor, la llamada Inmaculada "del moño" por el recogido que esconde entre sus airados ropajes. "Un convenio con el Museo de Indianápolis permitió su restauración en el año 2010", explica el técnico. Su policromía reluce ahora entre los claroscuros del templo.

Y, ante la portada plateresca, una pequeña parte de las casi 500 piezas de objetos históricos de cocina que encierra el convento. Las clarisas franciscanas atesoran colecciones de cerámica de Granada, Talavera de la Reina (Toledo) y Triana, y cachivaches varios como zafras para aceite, almireces, balanzas, molinillos para especias, orzas, moldes para bizcochos…

La idea es exponerlas para que puedan ser visitadas, dice el voluntario. Aunque, como todo lo concierne a Santa Clara, imposible saber en qué momento.

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