Francisca Martínez, la vecina centenaria de Encinas Reales: "La vida de antes era mejor, más moderada y civilizada"
Subbética
Tiene un siglo de vida, mantiene una lucidez admirable y asegura sin tapujos que quieren que la recuerden "tal como soy"
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Encinas Reales/Francisca Martínez Moreno nació hace ya más de un siglo, en concreto, el 3 de febrero de 1925 y es la mujer más longeva de Encinas Reales, además de ser muy conocida por saber quitar verrugas. A lo largo de sus cien años de vida, ha sido testigo de numerosos acontecimientos, desde la Guerra Civil y sus consecuencias. También ha trabajado en el campo y donde ha podido, se ha casado y ha tenido una hija. A pesar de su edad, en su memoria conserva un sinfín de historias que dibujan la evolución de su pueblo natal, de unos 2.300 habitantes, en plena comarca de la Subbética.
Reconoce que después de cumplir 100 años se siente "un poco extraña, pero bien" y no tiene claro si es la persona de mayor edad de Encinas Reales. "Me dicen que lo soy, pero no lo sé", asegura y confiesa sin tapujos que durante su vida no se ha cuidado de una manera especial para ser tan longeva. Es más reconoce que se ha mantenido activa y que ha trabajado siempre que ha podido: "No he estado sentada en una silla toda la vida; he estado trapicheando unas veces en unas cosas y, otras veces, en otras".
Francisca, que tuvo siete hermanos, se casó, tiene una hija, dos nietos y dos bisnietos a quienes quiere con locura y a quienes ha cuidado toda la vida. Ahora, vive con su hija, que anda pendiente de ella, a pesar de que reconoce que se pasa los días sentada en una silla "y se está malamente". "Puedo moverme por la casa y con mi hija detrás, pero no me levanto ni salgo de casa", asegura. Y es que, desde la pandemia "dejé de salir a la calle. He trabajado mucho y ahora me aburro", cuenta con risas.
"Desde que he tenido edad de hacer algo he trabajado. Con 11 años empecé a ir a las aceitunas, a segar trigo y cebada... En el campo lo he hecho todo y, en la casa también", añade.
Del cortijo al pueblo
Francisca pasó toda su infancia junto a su familia en un cortijo de Encinas Reales. Allí fue donde aprendió a leer y a escribir gracias a sus hermanos porque ella no fue a la escuela: "Ellos tenían maestro y lo que les enseñaba me lo explicaban a mí", relata. Unos conocimientos que le sirvieron cuando llegó la Guerra Civil y sus hermanos se fueron a la contienda, ya que ella era quien leía las cartas que mandaban sus hermanos desde el frente.
Es más, asegura que le gustaba leer. "Aprendí a leer en diez o 12 días y leía a mi madre novelas, aunque también buscábamos libros prestados y también se los pedía a mucha gente". Era tanta su pasión por la lectura que, según recuerda, a su madre le decía muchas veces: "Mamá, mamá vamos a leer; yo leía y ella escuchaba".
La niñez se acabó y llegó la edad adulta para Francisca, que nada más casarse dejo el cortijo de su infancia y se mudó a Encinas Reales. "Hicimos la mudanza con la bicicleta de mi marido", recuerda.
Esta veterana encinarrealeña confiesa también que echa de menos muchas cosas, como por ejemplo, la costumbre de dejar las puertas abiertas o los porrones en San Blas.
"La vida de ahora no se puede comparar con la de antes, que era mejor, más moderada y civilizada", asegura Francisca, quien también es consciente de que el paso de todos estos años ha servido para que la vida de su hija haya sido mejor que la suya.
Con todos los años de sabiduría que atesora, Francisca hace una petición a los más jóvenes, y no es otra cosa que "se quieran más y que miren unos por otros". A todo esto hace un último apunte: "Me gustaría que en el pueblo me recordasen tal como soy".
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